Gran Torino
Conservador, patriota, firme de convicciones, contrario a la inmigración, introvertido, solitario, decepcionado de todo, resentido de su pasado, anticlerical, amante de su bandera… Así es el protagonista octogenario de “Gran Torino”, hermosa historia de una persona que no molesta a nadie y que, al mismo tiempo, exige que nadie lo moleste a él.
Todo se derrumba precisamente cuando más necesita la paz interior que nunca había conseguido por los atormentados recuerdos de su participación en la guerra de Corea. Serán los asiáticos que tanto odió, representantes de un movimiento migratorio imparable, los que le dan la lección necesaria y definitiva del respeto y la tolerancia que él y su generación no tuvieron con el mundo que pretendían convertir en imperio.
El retrato de nuestra sociedad, cada vez más parecida a la norteamericana, se aproxima a la realidad con la que, a veces nos sentimos identificados. Las relaciones de intereses familiares, que no afectivas, están tratadas con finísima ironía.
Con presupuesto escaso, medios elementales desde el punto de vista cinematográfico y una soberbia interpretación de Clint Eastwood, quedé en la butaca totalmente embelesado por la gran película sobre la vida y la muerte que el último gran héroe del cine de nuestra vida produce, dirige e interpreta.