090213

Interesante el escrito de Francisco González Biedma: “Los silencios de Dios”.
Hasta los santos, ¡y de qué manera!, han sentido ese silencio. Santa Teresa, creo, se lleva la palma: once años de silencio.

Pero yo me pregunto: si entre Dios y yo hay silencio, ¿por qué debo responsabilizar sólo a Él del mismo? Yo debo hablarle con claridad y con toda naturalidad; debo decirle allá donde está, en el infinito de mi alma: “Dios estás ahí y vengo a conversar contigo”. Con toda humildad debo ser insistente, tengo que hacer un esfuerzo.
Yo creo que el contacto con Dios es directo, sin “efectos sonoros” de la iglesia ni de nadie. Otra cosa es que para hacer más ameno el contacto sintonicemos una “música de fondo”; pero si la música se convierte en interferencias, la quitamos o nos vamos de ese lugar a otro más acogedor.
En general, yo creo que la iniciativa de hablar con Dios no sale de Él; debe de salir de nosotros que somos quienes lo buscamos, porque el ser humano es un consumado buscador, por necesidad vital.
Dios siempre está ahí, permanentemente a la espera. Nosotros debemos asumir el verdadero papel que tenemos en todo este asunto, que es el de protagonistas.
Ni qué decir tiene que lo que escribo es la manifestación de una opinión mía y nada más.
Saludos.
 

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