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Villoslada, un hombre de oración
¡Cuántas veces, cuando arreciaban las dificultades (y fueron tantas, tantas…) mandaba el padre Villoslada exponer el Santísimo Sacramento por la noche y, durante toda ella, por turnos de cuartos de hora, todos, profesores y alumnos ‑aún los más niños‑, se pasaban el tiempo de su turno rezando a coro la jaculatoria milagrosa: «Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío».
Así, a modo de rosario, diez veces la jaculatoria y un Gloria Patri, hasta llegar al cuarto de hora, un turno y otro, tantas noches. Y, claro está, las dificultades se allanaban. ¿Podrá alguien contar los miles de millones de veces que por la boca de los profesores y niños subió esa jaculatoria al cielo para impetrar la solución de una dificultad humanamente insoluble? Sólo aquel, a cuyo trono llegaban, sabe el número. Y también en privado. Muchas veces, el que esto escribe, al entrar en la capilla privada de la Comunidad, se encontraba al padre Villoslada de rodillas en un reclinatorio ante el Santísimo con la cabeza escondida entre las manos, sumido en silenciosa y larga oración, pidiendo por su obra. Por su obra, no de él, sino por la obra de Dios. Mucho hizo el padre Villoslada por sus gestiones con los hombres; pero mucho más hizo con sus ratos de quietud y de oración.
Enfermedad crónica del padre Villoslada
Enfermo y muy enfermo siguió toda la vida. Con su régimen especialísimo de comidas, llevando siempre ajustada al estómago una bolsa de agua caliente, apoyándose muchas veces en un bastón, iba de una parte a otra, de una ciudad a otra, para recabar los medios necesarios para la obra. No eran raros, aunque éstos desaparecieron con los años, unos espasmos estomacales en que quedaba enteramente como un moribundo. Nadie sabe a qué se debía; le duraban horas. En cierta ocasión lo tuvieron en el quirófano para operarlo de perforación de estómago, cuando él, con mucho esfuerzo, logró decir que ya le había dado varias veces, por lo que no podía ser perforación. Otra vez (sonriamos un poco), le incomodó uno de estos espasmos en el tren y, al llegar a la estación de Cabezón de la Sal, no hubo para atenderle nada más que una comadrona.
Fernando Gallego, “Fernando, Hijo mío”.
Con grandes incomodidades en la casa, sin calefacción en el duro invierno de Úbeda, sin reparar en trabajos, Fernando Gallego, el padre universal de todos los ubetenses, el inolvidable “Hijo mío”, se levantaba todos los días muy de madrugada para preparar un brasero de picón y orujo para el padre Villoslada, otro para mí, otro para los profesores… ¿Los niños? Ya eran suficientes como para aumentar entre todos la temperatura de las clases. Y nuestro buen Fernando, portero, comprador, el factótum de la Escuela, cuando salía a la calle, tenía muchas veces que dar un rodeo para no pasar delante de tal o cual tienda o establecimiento, donde a la puerta le esperaba algún dueño cobrador.
Situación de alumnos y maestros
¡Ah!, y no olvidemos que el alumnado era pobrísimo, que muchos no tenían ni hogar ni familia. Por eso, salvo excepciones, no podían ausentarse en vacaciones, y el curso duraba 365 días cada año, 24 horas cada día. ¿Quién pensaba en vacaciones y en jornadas de ocho horas? Hay que hacer justicia a los maestros. Jóvenes y solteros casi todos ellos, allí vivían internos en condiciones pobres y precarias. ¡Ah!, aquellos dormitorios, aquella famosa calle de la Quimera, pasando tres y cuatro meses sin cobrar su escaso sueldo, sin pensar si ahora me toca a mí, o ahora te toca a ti. Todos sentían la obra como suya y todos estaban entregados a ella.
Apoyo estatal
Las circunstancias fueron lentamente mejorando. El gobierno comprendió la importancia de la obra social que se estaba realizando en la Andalucía Oriental. Trabajo le costó al padre Villoslada abrirse paso entre las altas esferas madrileñas; pero lo logró y pudo contar con la abundante ayuda del Gobierno y aún hacer amigos y grandes bienhechores a algunos que, la primera vez, lo recibieron de manera descortés y desfavorable. Ciertamente, sin la abundante aportación del gobierno, la obra no hubiera podido realizarse.
Seminario de maestros
Otra idea genial tuvo el padre Villoslada. Las escuelas se iban multiplicando: hacían falta muchos profesores. Pues fundamos un Seminario de Maestros precisamente para el servicio de las Escuelas. Años llevaba funcionando dicho Seminario (justamente cuatro y medio) cuando salió la Ley que concedía las Escuelas de Magisterio de la Iglesia. La de la Sagrada Familia se acogió inmediatamente a ella y fue la primera Escuela del Magisterio de la Iglesia en España. El año 51 salió de ella la primera promoción de ocho maestros. Hoy son innumerables los maestros nacionales, Directores de Escuelas y aún inspectores formados en la Escuela de Magisterio fundada por el padre Villoslada. Como son también innumerables los electricistas, mecánicos, ajustadores, electrónicos y delineantes formados en las Escuelas Profesionales de la Sagrada Familia.
Situación de Safa en 1985
El último catálogo, fechado a fines de 1985, arrojó 23 centros, 11 sacerdotes jesuitas, 5 jesuitas no sacerdotes, 520 profesores seglares, 320 alumnos de jardín de infancia, 1 005 de preescolar, 10 899 de EGB; 3 537 de FP1, 2 114 de FP2, 50 alumnos diversos y 300 alumnos de la Escuela Universitaria de Magisterio.
Villoslada es sustituido en Safa
La obra que se fundó en el sacrificio, se consolidó con el sacrificio del fundador. En el año 1953 los Superiores creyeron deber buscarle un sucesor. Para él tuvo que ser muy duro: ¡era su obra!, pero sobre todo de Dios. (Llegó a haber en Madrid quien le propuso salir de la Compañía, y el padre Villoslada, buen religioso, respondió que su vocación estaba por encima de todo). Fue destinado a la residencia de Málaga, donde era Superior el padre Joaquín Reina. Al presentarse en su cuarto, el padre Villoslada le dijo poco más o menos estas hermosísimas palabras:
«Padre Superior: yo no vengo aquí ni humillado, ni hundido, ni fracasado; vengo como un súbdito más suyo, a ponerme a sus órdenes para lo que usted disponga».
Su conducta ejemplar como operario fue tal que, cuando un año después, en 1954, el padre Reina fue enviado como Superior a Huelva, pidió al padre Provincial, y lo obtuvo de él, llevar consigo al padre Villoslada. De su acción aquí poco puedo escribir. Queda como recuerdo de su paso por Huelva la residencia e iglesia de San Francisco Javier de la Compañía de Jesús, que él construyó; y la labor que como Director Espiritual desempeñó varios años en el Seminario.
Nuevas fundaciones en Granada
Trasladado años después a Granada, ya viejo, seguía bullendo en su mente la idea de hacer bien a los niños y jóvenes. Fundó en La Zubia una escuela internado para los niños. Dejada esa Escuela, fundó, en nuestra antigua casa, el Teologado de Cartuja, vendida años atrás a la Universidad; y, cedida temporalmente por ella, una casa de internado femenino, a la que puso el nombre de La Blanca Paloma, con un buen número de chicas que asistían a los cursos de enfermería, delineación y corte‑confección. De allí fue trasladada de nuevo a La Zubia, como escuela de enfermeras; y de ella ha salido ya buen número de enfermeras, colocadas en diversos hospitales de Granada.
Sin querer rendirse al progresivo agotamiento, sentado ya siempre en una silla de ruedas, aún logró que le llevaran más de una vez en coche a La Zubia para seguir de cerca la marcha de la Escuela. Finalmente, quedó ya en una total inmovilidad. La lámpara se iba extinguiendo por falta de aceite. Apenas si ya conocía y hablaba algunas palabras, hasta que el pasado día 30 de diciembre pudo oír las consoladoras palabras del Señor:
“Bien: siervo bueno y fiel, entra en el banquete de tu Señor…; porque tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, estuve desnudo y me vestiste…”.
Descanse finalmente el siervo bueno y fiel. (Y pensar que en su juventud enferma, cuando superó una crisis que tuvo, hubo quien dijo que él era tan inútil que ni la muerte lo había querido).
Que Dios envíe a la Compañía nuevos siervos tan inútiles… pero con tanta fe y oración.
Huelva, 18 de enero de 1986.
Mariano Prados SJ.
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