05-10-2008.
Sentí el gañil de la locura. Di un grito infernal y penetré en un laberinto rojo, corriendo sin descanso hacia Átropos que, caminando hacia atrás, con los brazos extendidos y risas febriles, se iba transfigurando con el rostro de Maya unas veces, con las risas de Belisa otras, mientras el tarando, grabado sobre el esmalte del medallón, me iba señalando con sus destellos los caminos de aquel laberinto sin fin.