Vestiduras cárdenas

11-09-2008.
XLVI
INTENTARON SEDUCIR A LOS HOMBRES hablándoles de la eternidad

de la luz, de las infinitas praderas celestes donde pastan
los astros como búfalos de fuego. Escribieron libros
sagrados para ofrecerles ser semejantes a ellos, tenerlos
como a parientes en el arrebatado cielo de las claridades,
sentarlos a su diestra para contemplar los viajes sin fin
de los planetas ocultos en esferas de éter y azabache.
Los hombres prefirieron la pasión de otras llamas,
otros fuegos familiares y un doméstico fluir del tiempo
entre discretos episodios. Los dioses, entonces, abandonaron
la elocuencia de los libros y escribieron cartas
como la hacen los amigos cuando se van a otras ciudades
o a otros vientos o volcanes, a otros mundos de silencio.
Tampoco creyeron los hombres esas palabras que hablaban
de avenidas con árboles encendidos con linternas rojas,
de palacios como grutas de diamantes sin aristas donde
el sol concentra su prestigio. Prefirieron ver
las vestiduras cárdenas de la tarde puestas a secar
en el horizonte.
 

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