13-08-2008.
XLIV
SE SENTARON EN EL BAR HOMBRES Y DIOSES de la noche. Deseaban
pactar la posesión del fuego, discutir sobre la identidad
de la luz: pretendían aclarar la leyenda de los peces
del sol, ya conocida en los pueblos de ambos hemisferios.
Los hombres afirmaban que eran sólo manchas de soledad;
y los otros, las huellas de los dioses solares. Bebieron
extraños combinados sin alcohol, bebidas que sabían
a pradera con flores de jacaranda. Los dioses de la noche,
incómodos, por falta de costumbre, cruzaban nerviosamente
las piernas, se alisaban el pelo, jugaban con los anillos
que lucían en sus dedos. No estaban habituados a negociar
con los hombres asuntos tan trascendentes en las terrazas
de los cafés de las avenidas. Los hombres anotaban frases
en cuadernos con pasta de hule, los dioses las escribían
en la frente de los vientos y las mareas. Ya de madrugada,
llegaron al bar siniestros caballeros que exigían tributos
especiales a los vencidos. Cayeron las copas sobre la piel
de las serpientes y brotó la sangre como un rayo granate.
Los dioses, asustados, abandonaron el bar en carruajes
de plomo fundido.