Palomas

01-08-2008.
Hace cincuenta años, o algo más, presencié la suelta de las primeras palomas en la plaza de Santa María. Por entonces, Úbeda iniciaba un tímido despertar hacia el turismo y los ubetenses íbamos tomando conciencia de su historia y de su riqueza monumental. Los pocos turistas ‑extranjeros‑ se iban convirtiendo en algo así como una estampa cada vez más habitual en nuestras calles.

Hasta entonces no habíamos tenido palomas, pero gozaban ya de toda nuestra estima, sólo por la visión que nos ofrecían ciudades entonces tan lejanas como Sevilla con su plaza de América, densamente poblada de palomas blancas; o las imágenes del cine, tan popular entonces, en las que admirábamos, no sin cierta envidia, la plaza de san Marcos de Venecia abarrotada de palomas, compitiendo con los turistas cada palmo del suelo disponible.
Entonces descubrimos que los palomas serían un complemento ornamental “altamente beneficioso” para nuestros monumentos; y, haciendo gala de ese nuestro carácter tan “ubedí”, decidimos “importar” algo que nunca tuvimos, pero que “al ser de fuera, seguro que era bueno”.
Hubo que repetir varias veces la operación, porque las palomas no se hacían estables: desaparecían. Quizás la proliferación de pequeñas rapaces, como gavilanes, cernícalos, halcones, lechuzas y córvidos ‑hoy desaparecidas‑, que habitaban en nuestras torres, campanarios, casas antiguas y graneros, daba buena cuenta de ellas y mantenía a raya a la población columbina. Incluso el “gran depredador” no le hacía muchos ascos a unas buenas habichuelas con paloma, en unos años que no se caracterizaban precisamente por la abundancia de exquisiteces culinarias.
Pero, en nuestra cultura, el componente más sobresaliente de la paloma es su fuerte simbología. La Biblia dice que Noé dejó ir a una paloma desde el arca después del Diluvio, para ver si encontraba tierra firme, y regresó con una ramita de olivo en el pico; desde entonces, la paloma es símbolo de paz y de pureza en las sociedades occidentales. El Nuevo Testamento dice que el Espíritu Santo descendió en forma de paloma en el bautismo de Jesucristo. En política, a quienes defienden soluciones pacíficas de los conflictos se les llama “palomas”; mientras que a quienes abogan por soluciones agresivas se les llama “halcones”.
Existen 308 especies de palomas, algunas de ellas muy raras, que las hace ser muy codiciadas para los colombicultores. Todas ellas han gozado de un gran miramiento en nuestra cultura, hasta hace unas décadas, cuando empezaron a ser motivo de preocupación para la conservación del patrimonio monumental.
En otras culturas existen animales que cuentan con auténtica veneración religiosa. Es el caso de las ratas. En la ciudad de Deshnoke, al noroeste de la India, se mantienen unas 20 000 ratas con vida en el templo de Karni Mata porque, según la creencia popular, son las reencarnaciones de Karni Mata y de sus seguidores, los sadhus, hombres santos del hinduismo, muy parecidos a los que llamamos gurús. El sacerdote encargado del templo las alimenta con granos y leche, participando también los peregrinos en esta labor. El comer alimentos que hayan sido tocados por una de las ratas se considera una bendición de su dios entre sus feligreses. En la mitología hindú, una rata es el vehículo del dios Ghanesa.

En la cultura occidental, la rata es un roedor muy perseguido, por dañino: su facilidad para la reproducción y su hábitat en las cloacas la hacen portadora y transmisora de enfermedades.
Ya hay investigadores que consideran a la paloma como una “rata voladora”. La superpoblación de palomas en las grandes ciudades se hace insostenible y es una enorme amenaza para la conservación de las edificaciones, sobre todo de los monumentos, sin olvidarnos del peligro que también suponen para la salud. Sus excrementos derivan, con la lluvia y la humedad, en sales con fuerte componentes de sulfatos y nitratos que, en combinación con las propias sales de la piedra, originan una reacción química que la descompone y la desmenuza.
Quién nos iba a decir que el arrullo amoroso de la paloma, símbolo de la paz, se iba a convertir en sinfonía de destrucción. Soluciones para evitarlo las hay, pero no me pregunten cómo se llevan a cabo porque no lo sé. Para eso están los técnicos y los políticos. Los vulgares ciudadanos de a pie sólo sabemos pagar impuestos.

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