Estampas guadalupanas

26-07-2008.
Una tradición de seiscientos años da una solidez y una consolidación inamovible a cualquier acontecimiento conmemorativo. Es el caso de la traída de nuestra patrona, la Virgen de Guadalupe, a hombros de sus fieles devotos desde su santuario, originando una secuencia de imágenes (“estampas guadalupanas”) que se repiten cada año y de la que bien vale la pena una sucinta exposición.

La serie comienza el día uno de mayo a las dos de la madrugada, cuando un grupo de ubetenses guadalupanos (sí, guadalupanos, sin complejo) empieza a reunirse en el bar de Los Buñoleros. Un nombre que a esas horas empieza a abrir el apetito y que, al igual que ocurriera con el Molino de Lázaro, ha terminado convirtiéndose en un hito geográfico en el recorrido y en la historia de la Chiquitilla.
Los cohetes anuncian al vecindario la efeméride y terminan por reunir al grupo de romeros, que parten hacia el Gavellar tras el estandarte de la cofradía, no más allá de las dos y media de la mañana. Compacta y fraternal, la masa se adentra, en la todavía cerrada noche, escoltada por patrullas de Protección Civil. Atrás quedan el Molino de Lázaro, Cuatrocaminos, Cruce de Santa Eulalia…
Parada y oración con vistas al Cementerio, emotiva y tradicional imagen con nudo en la garganta que se repetirá a la vuelta con la Virgen. Sigue una suave bajada hasta el Arroyo de la Dehesa, la mitad del camino, donde se inicia la subida que culmina en Santa Eulalia (Santolaya). Fugaz paso por la aldea, donde el grupo crece y, seguidamente, se inicia una fuerte bajada por una pendiente vereda: «Es el camino de Gualupe», advierten los más veteranos del grupo.
El valle del Gavellar, a los pies, quiere dibujarse con las luces del Santuario; y en la espadaña, sin parar, se agita vigorosa la pequeña campana cuando en la torre ya empieza a romper el día. Son las seis. Los romeros van entrando al interior del pequeño templo por las puertas abiertas de par en par. Chocolate y café con leche, junto a la lumbre, aportan armonía a la austeridad de la mañana de un día que se prevé espléndido. A las siete es el Rosario; después, la Eucaristía: “la misa de despedida”.
No hay demora para el retorno a Úbeda, que este año se ha iniciado con una inusual, antiestética, antinatural y más que molesta traca. Algo tan ajeno a nuestra tradición y tan natural en Levante, que ojalá se quede allí en años venideros. Con lo bien que hubiera quedado gastarse ese dinero en gratificar un concierto musical o la actuación de coros guadalupanos (sí, guadalupanos, sin complejo). Hubiera sido más bello, educativo, reconfortable y admirado para y por el espíritu.
Impresionante resulta contemplar la fuerte subida de la patrona hasta Santolaya a hombros de devotos guadalupanos. Conmueve pensar en los seiscientos años de tradición: por el mismo camino de tierra, con el mismo ímpetu, con la misma fe, con los mismos vítores: «¡Viva la Virgen de Guadalupe! ¡Viva la Chiquitilla del Gavellar!».
En la aldea se suma un buen número de fieles, aunque pocos para lo que es Úbeda. Descanso, misa y comida con viandas típicas, sin olvidar algún “tiento” que otro a la bota (hoy, más bien, al vaso de plástico). A la tarde, a las cinco, los lugareños no ocultan su pesar en la despedida. En el recorrido se echan en falta más carrozas, caballistas y más ubetenses. Clamoroso el recibimiento en el Molino de Lázaro con todas las autoridades civiles y eclesiásticas. Impecable la alocución de Andrés Sáez a la multitud dando la bienvenida a la Patrona. Y, a continuación, procesión por las calles del itinerario a San Pablo.
Triste imagen la de la iglesia de Santa María con sus puertas aún cerradas; una mala estampa que, a no tardar mucho, se incorporará irremediablemente a la tradición. ¡Patético! Parece que todo juega en contra de engrandecer el día en que se trae a la Virgen de Guadalupe. Nos quejamos de falta de participación y presenciamos un lento e inequívoco declive de lo que debería ser una gran fiesta.
Quizá el perjuicio se haga de una manera inconsciente; de ahí, estas reflexiones:
● ¿Cómo es posible que en la misma fecha de la traída de la Virgen se monten plazas con Cruces de Mayo?
● ¿Por qué no esos mismos puestos o altares, esos mismos chiringuitos, esos mismos esfuerzos, pero con el nombre de nuestra Patrona?
¿Cuándo ha tenido Úbeda Cruces de Mayo? ¡Jamás!, y no es serio inventarse tradiciones o importarlas de otros lugares; porque si algo tiene Úbeda de sobra es tradición, historia, personalidad, empaque y categoría. Sugiero que, para darle más “originalidad” a esa “tradición” importada de Las Cruces, coloquen en la plaza de Santa María una réplica de la Alhambra: quedaría muy mona.
El Ayuntamiento tampoco se queda atrás en el “engrandecimiento” y en la “promoción” de la fiesta de la Virgen de Guadalupe, convocando un concurso de coros rocieros; sí, rocieros. ¿Por qué no de coros guadalupanos (sí, guadalupanos, sin complejo), con temas de Guadalupe? ¿Tanta vergüenza nos da el nombre? Y ya que estamos puestos, también podíamos hacer una réplica de la Virgen del Rocío, “Rocío bis”, y llevarla a Guadalupe para ver si aumenta la participación ciudadana.
Por todo lo anteriormente expuesto, por la falta de imaginación, por esa “agudeza intelectual” y por la ausencia de amor propio, no queda más remedio que mandar estas estampas a quien las han generado: a la “Galería de Imitaciones Burdas y Plagios Chabacanos”. 

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