¡El verano!, por fin, a su aire, 2

03-07-2008.
Cartas le fueron llegadas. De Andalucía llegaban… Don Isaac le comunicaba que seguía con la Primera División. Que a su amado padre Ponce le sucedía un joven sevillano: Manuel Bermudo de la Rosa. Y que a él, Burguillos, le nombraban responsable de la Segunda, con el desconsolado Benjamín de ayudante. De re oeconomica, omnia idem per idem…

Estas noticias no le alborotaron los ánimos. Más le cosquilleaban las cartas de los chavales. Eran un testimonio que le hacía pensar… Y, en cualquier caso, que le esponjaba. Porque a nadie había pedido que le escribiera. Eran cartas ‑las había de todos los colores‑ tímidas, agradecidas, respetuosas, confiadas… Algunas ‑Jurado López, Poza, Herrera, De la Sota‑, hasta con sus ribetes de prometedora lírica. Todas, palpitantes de vida y esperanza. Burguillos, por principio de urbanidad, contestaba a toda carta. A las de estos mozos lo hacía con humor y con gozo.
Durante el viaje a Úbeda trató de situar su actuación responsable y eficiente entre los chicos. Tenía claro que no aguantaría una División adormilada, temerosa. Lucharía desde pronto para que los alumnos se sintieran como en su casa.
Y de tantos kilómetros de filas, rosarios… años de frío… de patatas viudas y legumbres empolladas, pensaba Burguillos que el espíritu de un colegio, de un internado, no lo hacen ni el reglamento, ni las asignaturas, ni los profesores… Ni siquiera la mesa o la temperatura.
¡Qué duros y cuarteleros se le hicieron siempre estos términos: prefecto, inspector, disciplina, división, en gentes llamadas a ser ayos protectores! ¿Por qué no repartir el bálsamo de la comprensión, la confianza y el amor en la mano, en la voz…? Y entonces una lista jubilosa, como una letanía de santos (Paúles, Jesuitas, Operarios. Diocesanos…) le bailaba en el corazón. ¡Cuánto calor, cuántas ilusiones y cuánta vida le habían regalado!
Llegó a Úbeda. Respiró hondo, e ilusionado se aprestó con pundonor y ahínco a planear una nueva Segunda División.
Conoció al nuevo Padre Rector. Era joven. De cara llenita y bien parecido. Pelo abundoso y esponjado. No era alto. De voz muy timbrada, inconfundible. Jovial y de sonrisa fácil. Irradiaba seguridad y autocomplacencia. Su historial le avalaba como hombre activo, eficiente. Engañosamente, nada de esto confirmaba su tipología, sus gestos y su andar pausado. Le comentó a Burguillos las buenas referencias que el padre Ponce la había dejado de él. Y le instó a seguir trabajando, con la socorrida muletilla:
—¡Qué campo para hacer el bien tiene usted, Burguillos! La Safa y yo esperamos mucho de usted.
Y, mirándole a los ojos, le dio efusivamente la mano. Una mano corta, cálida y “gordozuela” .
—Yo también espero mucho de usted, Padre. Y con su apoyo, no le defraudaré. Que a mí el trabajo no me asusta.
No le dejó a Burguillos muchos asideros para esquematizar su personalidad. Le pareció que focalizaba todos sus afanes en desatascar a la Safa y echarla a rodar. Y que lo hacía movido por la mayor gloria de Dios. Sabido es que cada campana que repica la gloria de Dios lo hace desde el bronce y las impurezas en que fue fundida.
No por satisfacer al nuevo Rector, empezó Burguillos a planear el curso. Se lo pedía el alma. En el fondo íntimo, por compensarse ante Dios de la deserción oficial de sus ideales…
Y se enardeció pensando que la gerencia de la Segunda División iba a ser su oportunidad. En cualquier caso, el cargo iba a ser una óptima oportunidad. Tal vez volviera a recobrar algo de la facilidad con que atraía a sus latinos en Comillas. ¡Y casi se exaltaba soñando con modelar un grupo… distinto!
La duda le paralizaba en el verbo modelar. Él; hijo de cerero, había crecido con la cera entre los dedos. Y conocía el sentido práctico del verbo modelar. Los chicos de la Safa, como material plástico, excelentes. Su entusiasmo y dedicación, desbordantes. Pero ¿y el modelo? Con esos mimbres y su renaciente coraje, no se podían tejer cestos para llenarlos exclusivamente de conocimientos y teorías. Siempre tuvo la sospecha de que en la Safa de Úbeda se desnivelaba la formación en favor de una instrucción teorética y de la habituación religiosa. No eran factores educativos que integrar jerárquicamente en la formación de cada alumno. Eran como las dos paredes maestras. Todo lo demás, relleno complementario. Acaso fueran apreciaciones muy personales. Contrastar los resultados de una educación exquisita, a corto plazo, es muy difícil. El almacenaje de datos, principios y fórmulas se cuantifica en exámenes y oposiciones.
La vida religiosa de un internado tampoco es fácil de tabular, por muchas comuniones masivas que haya… Nunca dio Burguillos por certera una educación “teocéntrica” , sacralizadora. Desatinado es dar a un chico como objetivo la granjería de bienes terrenales. Como desacertado es también colgarle de una estrella por mor de la trascendencia, sin adiestrarlo para capear al toro de cada día.
En estas disquisiciones se enredaba Burguillos con peligro de que el toro del inicio del curso le cogiera sin capote de lidia. Se ahogaba en un mar de posibilidades. Y se negaba a trascender. Que ya en Moral, cuando supo que le caía encima la Segunda División, consciente de su endeble y episódica formación, a punto estuvo de rechazarlo. Y es que Burguillos no se sentía capacitado para servir el mundo y cortarles la vida a su medida a tantos muchachos llamados por su capacidad a una preparación excelente. Si accedió fue por el entusiasmo que le animaba a trabajar con aquellos críos a los que ya se sentía ligado. Y también, porque tenía la seguridad de que cualquier otro que tomara su puesto no les iba a trinchar el mundo con más ardor y voluntad que él.
En ningún modo quería Burguillos mantener un día más aquella árida disciplina estéril. Era penoso no tener nadie a quien consultar… Y se resolvió por presentar a los interesados, los chicos, un modelo de colectividad alcanzable y en cuya consecución se implicasen en esforzada colaboración ideal. Les garantizaba profundas satisfacciones y ventajas al desbloquear su desmedrada autoestima. Les decía que era necesario superar ya mismo el tradicional estilo existente, creando ‑todos a una‑ un nuevo internado cálido, feliz, bien cohesionado. Les afirmaba que, para conseguirlo, les sangraría la vena del entusiasmo y que, en ese marco, él les ayudaría a ser autónomos y responsables. Les incitaba, en fin, a conjugar orden y seriedad con libertad de espíritu y creatividad.
Y con el Ven¡ Creator Spiritus en la boca y un poco de paganía en el corazón ‑la Paideia griega‑, Burguillos le dio cara al curso. Don Benjamín ‑serio, inexpresivo y enlutado‑ y Burguillos de sport recibieron a la grey.
Al día después, en el último estudio de la tarde, Burguillos les dio la bienvenida. Y en ello puso sus mejores acentos. Iniciada una nueva marcha con nuevo auriga, tenían que arrancar lanzados, intrépidos y jubilosos. Y les aseguró que él había de desuñarse por convencerles, entusiasmarles y comprometer su voluntad.
«Olvidad viejos esquemas —les dijo— y clavaos que la misión mía entre vosotros no es vigilaros, ni menos aún castigaros… Es convivir. Vivir con vosotros compartiendo la gloria de vuestro crecimiento. Con todos los problemas que ello conlleva.
Que os quede bien claro que la División es obra de todos. Y a todos nos compete e interesa. En la marcha de la Segunda, nos jugamos todos formación, plenitud… Llegar a ser o quedarnos en el camino. Tenemos que hacer del grupo una palestra donde estudiar, jugar, crecer, coleccionar amigos y vivir sea festivo, como una olimpiada gloriosa.
Por lo que a mí hace, amigos míos, dispuesto estoy a dejarme la piel en el empeño. Espero, de vuestro coraje, no un paso al frente… Que me adelantéis espero. Y que forcéis tanto mi marcha que no pueda seguiros… Y, entonces, no os llamaré amigos: “hermanos menores míos” os llamaré. Porque, ensamblados como hermanos vamos a luchar por conseguir un estilo y una personalidad, colectivos e individuales, recios y encantadores.
Cuando estuve a punto de abandonar la Safa, me ofrecieron la responsabilidad de vuestra tutela. Que yo hasta ahora un mandado fui… Reconsideré el caso… y… ¡me acobardé! Que para mi inseguridad me pareció desmesurado responder de un capital humano inconmensurable. Cien adolescentes sanos, dóciles y muy capaces. En la edad más plástica, más bonita y trascendente de la vida. Y allá en mis campos de Castilla, paseando por la tarde y en mis ratos de capilla, se me hacía la ocasión una realidad agobiada de riqueza y posibilidades. Como una culebra me mordía el reto. Pero, pensando en vosotros, dije sí. “Yo les despertaré ‑me decía‑ hambres de comerse el mundo y conquistar los astros”».
Los chavales no le quitaban ojo de encima… «Todo será una realidad próxima si vosotros respondéis». Les afirmó que «el futuro les pertenecía: un cuaderno en blanco donde cada día tenían que escribir su epopeya». Y cerró con Pemán:
Corazón, la vida espera.
Las manos a la mancera
y los labios a cantar.
Que es tiempo de comenzar,
corazón, la sementera.

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