01-06-2008.
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LLEGARON LAS AVES SUCIAS DE LA NOCHE y entonaron
sus canciones de vino y mate. Desnudaron sus cuellos
y los ofrecieron al rayo del amor confuso. Con sus alas
cercaron la luz, que quedó prisionera dentro de una densa taza
de café o crespón, en un bar de madrugada. Celebraban el
inicio del don de la ebriedad y en todos los rincones
del sueño creció una flor de fuego, de tallo de alcohol
y espinas. Los que entraban en la noche lucían lazos
o guirnaldas de carbones abrasados y los que abandonaban
el templo de los insomnes llevaban al cuello collares de
cenizas. Toda la celebración del fuego se traducía en salmos
provocativos, en gestos húmedos y fervorosos. Con la luz
del alba quedaba en la acera la ropa íntima de los suicidas:
restos de pensamientos débiles, lápiz de carmín con besos
de ron, muertos de seda dentro de un estuche, o pañuelos
de hierbas ácidas para despedir la luz cercada.