El buen estudiante que desde pequeño, en párvulos y primaria, y ya algo mayor, en secundaria y bachillerato, estudia y se desloma siente cómo es marginado por sus propios compañeros que conforme van ascendiendo en edad van dándole de lado, tomándolo por empollón y gilipuertas…
Luego, en la Universidad observa transcurrir el mismo proceso y, al fin, se va dando cuenta de que “la sabiduría” la posee quien sabe bichear, copiar, “pasillear”, dar lengüetazos, visitar despachos y sacar adelante su currículo pues le es más rentable el aprendizaje fuera del aula que dentro y que eso le va a servir para la vida mucho más que hincar los codos…, y más ahora con el crédito europeo que casi todo hay que dejarlo al alumno para que investigue, razone, pondere… pero que no estudie porque la memoria ‑se cree‑ ya no sirve para casi nada y el esfuerzo del estudio solitario, en su cuarto, es un trabajo baldío comparado con el que realizan los cuatro zoquetes que le rodean y ven que trampeando se va mejor por la vida de estudiante y, luego, en el mundo del trabajo. Aprecia que el que mejor sabe dar coba, arrimarse a la persona adecuada ‑como en la política y la vida misma‑, o acierta a apostar por el caballo ganador, ése va a triunfar y encontrar mejor puesto de trabajo que el buen estudiante que sólo tiene su fortaleza en hincar codos para superar los estudios.
Después se encontrará con la oposición que, eufemísticamente, llamarán “concurso-oposición libre” donde lo que primará más, o bastante más, serán los servicios interinos y cursillos que el buen estudiante, recién salido, no puede acreditar… Comprueba, desagradablemente, cómo se le van echando delante esos viejos zorros avezados que han conseguido una interinidad y eso les va a servir de pasaporte para superarlo a él, aunque haya obtenido un sobresaliente o un número inmejorable en el examen: con un cinquillo se colocarán los primeros en la oposición y sacarán la plaza.
El buen estudiante se va a encontrar nuevamente desazonado al palpar que los peores de su clase, o los que menos han currado el estudio puro y duro, los que se reían de él porque sólo sabía estudiar, ellos le van a robar su plaza, sin saber demasiado de nada y habiendo entendido la vida como actualmente hay que entenderla: siendo un pasota “dabute” que sabe dejar pasar y pasar, y protestar ‑cuanto más, mejor‑ desde pequeño, y pedir y pedir, pues comprueban que al final “el que más llora más mama”; mientras que el pobre estudiante se ha quemado las pestañas estudiando y ve amargamente cómo le adelantan por la derecha y por la izquierda en esta autovía de la vida profesional y laboral, y de la propia vida diaria que nos estamos construyendo, para dejarlo en la estacada, pues ha creído, cándidamente, que estudiando mucho encontraría mejor trabajo en unas oposiciones, que no son libres sino “amañadas”, donde, a veces, no se escoge al mejor sino al que tiene más puntos respectivos de cursillos y demás zarandajas…, salvo honrosas excepciones, claro está.
Esta sociedad bien quiere que haya buenos médicos, estupendos ingenieros, inigualables arquitectos, ejemplares maestros, incondicionales abogados…; pero, por otro lado, no hace lo necesario para no relegarlos y que no se pierda ese baluarte, sino que los va quemando desde pequeños: en casa, exigiéndoles los padres cada vez más; en el colegio, los propios maestros, pues no le perdonarán que bajen el umbral que como buenos estudiantes se tienen merecido y ganado.
Lo mismo les ocurrirá en la universidad hasta que terminan hartos y tiran la toalla porque se sienten frustrados; se han sentido engañados desde siempre, creyendo que la recompensa del buen estudiante, además de las excelentes notas, sería el puesto de trabajo y, en definitiva, la felicidad social y personal que no llega, pues las exigencias cada vez son mayores y las recompensas, a su vez, son mínimas e inexistentes, pues tendrán que claudicar y coger un trabajo “mileurista” que no satisfaga tanto esfuerzo y tiempo invertido en el estudio…
¡O cambiamos, como sociedad, la actitud que tenemos hacia el buen estudiante o nos estamos cargando la flor y nata de la infancia, la juventud y la adultez trocándola por moneda engañosa de gente que sólo sabe trapichear por el mundo y deambular por el sistema de chanchullo que hemos construido entre todos y lo mantenemos a costa de que caigan los mejores en detrimento del triunfo de los peores…!
Así nos va.