La eternidad de la sangre

10-04-2008.
 
LAS MUJERES, SELLADAS COMO ESCRITOS de príncipes
a sus camarlengos, llevaban lazos en los cabellos
y cintas de bengalas en los ojos. Iban o permanecían,
según las estaciones de los astros o las tinieblas.

Eran la historia detenida dentro de un árbol de música
callada. Algunas, sentadas a la puerta de los sueños, eran
odres de vino antiguo y cálido; otras, apoyadas en el pretil
de la edad, tenían el pecho abierto igual que un museo
de tristezas. Todas tenían la memoria prisonera de hombres
y pájaros, cereales y frutos, ríos y montes; hijos
y vendavales. Las mujeres, selladas como un documento de paz
que firman altivos generales de uniforme, eran más sabias que
los príncipes y los caudillos porque llevaban
desde el inicio del mundo en silencio, contemplando
los amaneceres y los ocasos, los ciclos de la tierra
y las fases de la luna, y esperaban sólo la eternidad
de la sangre.

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