14-07-07.
ENTRAR EN LA SELVA ERA COMO TRASPASAR la puerta
de un palacio de antigüedades. El lujo de los festones húmedos
del vapor de los helechos, la lujuria
de los apetecibles frutos venenosos sobre almohadones
de maleza, la desnudez de los ofidios que observan cómo
el intruso profana el ámbito secreto de la vida vegetal,
las fauces de las enredaderas como rosetón de un templo
arcaico, los tubos de un órgano que no cupiera en ninguna
catedral del mundo, y el insolente sudario de los muertos
ilustres, expuestos a la veneración de los infieles.
La riqueza de la muerte en toda su medida. Entrar
en la selva: en un palacio espeso y pútrido de antigüedades
que ofreciera al intruso la certeza de la muerte verde
de los aventureros entre angelotes barrocos y guardapelos
de damas enfermizas o viudas orondas o muchachas muy pálidas
de piel con un lunar intenso en un hombro desnudo
o en un seno. Entrar en la locura de la selva,
con un machete en la mano para segar la cabeza
de los sueños.