Hasan, el último eslabón del viejo comercio marroquí

04-07-06.
Inmóvil, en su viejo y pequeño Dukan, Hasan es el típico representante de miles de pequeños comerciantes marroquíes que se ganan la vida vendiendo pequeños artículos, en una gama múltiple y heterogénea que no sólo abarca un gremio, sino que invade los próximos y hasta los más lejanos. Lo mismo mezclan agujas, que paquetes de té, que panes redondos de trigo hechos a mano en la cocina familiar, que azúcar, faroles, quincalla y un largo etc. y ¡asómbrese!, en el increíble espacio de 4 m2. Mostrador y puerta son la misma cosa, aprisionando al bueno de Hasan que ofrece la mejor de sus sonrisas, prisionero en un espacio tan exiguo, sirviendo al potencial comprador en la mismísima calle, donde una simple visera de hojalata sirve para protegerle de la lluvia y el sol, aunque este sólo esporádicamente llega a penetrar la estrechísima calle que serpentea en la escarpada medina, donde es fácil perderse.

Hasan es simple eslabón de una interminable cadena familiar dedicada al comercio, vocación típica marroquí. El comercio le hierve en la sangre y a él se dedica en cuerpo y alma, domingos incluidos, que paradójicamente sigue siendo el día de descanso frente al viernes, día de la oración colectiva y de la jutba del imán.
Son horas, días, semanas… años sin descanso y sin que conozca la palabra vacaciones, dedicados a su pequeño comercio. Hasan se adecua a su nombre: es bueno y servicial, vive feliz y ni se inmuta cuando se le agolpan los clientes a la puerta de su tienda y para todos tiene una amplia sonrisa que le sirve de disculpa cuando tiene que localizar la mercancía solicitada en medio de miles de cachirulos.
Nunca lo verás por el café. ni tomar un simple té, De su casa al Dukan, la diminuta tiendecilla que le da el sustento y, a veces, las menos, a la mezquita vecina, invitado por la insistencia monótona y reiterativa del Adham,·y la mirada fustigante de los más ortodoxos. Sólo en el Ramadán altera su ritmo de vida acortando el día y alargando la noche para asistir a las interminables veladas del mes santo y la visita esporádica a algún familiar.
Hasan no siente la llamada de la emigración, ni envidia el coche de su vecino emigrante en Europa. Se somete humildemente a la voluntad de Allah y a su vieja chilaba que le ancla en el pasado; y mira con desconfianza los vaqueros de su hijo que anuncian otros tiempos y otros horizontes que no son los suyos y que intuye en su impaciencia, porque ya no besa su mano y se rebela contra el destino marcado por Allah.
¿Quién cerrará esta hemorragia que sangra Marruecos?¿Quien venderá los viejos cachirulos de Hasan?

Deja una respuesta