Poesía recital, 7

02-06-2008.
Dualismo redención‑vida
Tras el tono elegíaco final de «Sístole», me propuse redimirme y salvar mi vida. ¿Cómo? Elogiando la alegría tras los sucesivos balanceos del oscuro eclipse. No será difícil entender que no siempre es posible convertir la rabia en sonrisa, hacer de la soledad un bien o respirar paz entre las heridas que nos acechan como buitres.

 Pero el intento de reco­brar mi identidad e ir en busca de la felicidad perdida fue siempre muy fuerte. De ese intento nació una serie: Interminables gerundios. Hay un gerundio siempre en la cabeza del poema que se hace alegoría: la expresión del penúltimo canto a la fe y a la esperanza del hombre en el hombre. El último verso de cada poema repite a modo de estribillo esos interminables gerundios de la vida.

La dedicatoria que iniciaba la serie era todo un mensaje: «En la primavera del 82 abre capullos la rosa».
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No era el primero de la colección en cuanto a su cronología, pero sí en cuanto a su simbolismo. El título «Creando espumas» me lo ofreció el mar con su inmensidad de plata y mi pequeñez de hombre de tierra. Me quedé prendado del mar. Aprovechando el idilio hice un trasvase del mar a la naturaleza toda, a todo ese engranaje maravilloso que me permitía decir que, a pesar de todo, estábamos vivos y que la vida era ‑y es‑ un fin en sí mismo. La creación de espumas reflejaba la creación de ilusiones e ideales sin los cuales ningún Alonso Quijano vencería. La soledad, ahora sí, ha sido vencida por la vida.
Trilogía I ‑ 3
Creando espumas
Creando espumas entonaré este cántico
en la vasija del vino recobrado,
con el vuelo alpino de la alondra viva,
con el sudor canoro del campesino prieto,
con la voraz sonrisa de la aurora núbil.
Creando espumas rimaré estos poemas
del amor hecho vientre entre las olas,
de la paz de la infancia ya perdida,
de la cruz y la grama encuadernada,
del acróbata viento mitológico.
Creando espumas descubriré la vida
en el ácido llorar del crisantemo,
en la plácida pasión de dos penumbras,
en la tórrida cosecha de las eras,
en la esdrújula paloma en libre vuelo.
Creando espumas seré la huella orgánica
que vigile la linde de la escarcha,
que unifique el camino y la sandalia,
que alinee la estela y la alidada,
que convierta el reseco lino en agua.
Creando espumas…
con los interminables gerundios de mi vida.
De Interminables gerundios, 1982‑1984.
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El segundo poema que seleccioné ‑no hay que olvidar que esta colección aún no había crecido‑ se titula «Inyectando poemas». Es una especie de medicina que alivia al poeta, intentando suavizar las cicatrices. El poema se convierte en receta milagrosa que va a regar una savia nueva: otra sangre. El poeta se abre y sus manos, en otro tiempo vacías, encuentran otras manos y otros ojos y otros pasos que también hacen de su deseo de vivir una máxima inviolable. El recién nacido, la vieja fisgona y arrugada, la cruz de la enfermedad, la flor marchita, el ciego que vende cupones, todos entran a coro en el poema, recibiendo la inyección del poeta ya curado. La estructura externa de cada estrofa es totalmente simétrica y equilibrada.
Trilogía II – 1
Inyectando poemas
Este niño que veo tras los cristales,
rellenado de sol y de sonrisas,
que babea en sus manos sonajeras
una luz candeal. A ese niño
edulcora de miel este poema.
Esa vieja que acecha en las esquinas,
canecida de arrugas y de campanas,
que medita en su rezo deslabrado
letanías latinas. A esa vieja
acompaña en silencio este poema.
Esa cruz que me invita al soliloquio,
enlutada de blanco y de misterio,
que redime en su brújula silente
la piedad boreal. A esa cruz
amamanta de savia este poema.
Esa flor que se enreda en las espinas,
endiosada de lunas y piropos,
que suspira en colores genitales
un clavel hecho beso. A esa flor
poliniza de estambres este poema.
Ese ciego que a tientas se me acerca,
cautivado de sombras digitales,
que pregona en su voz ensortijada
un cupón cuadrilátero. A ese viejo
ilumina el color de este poema.
Ese niño, la cruz, este poema,
la ceguera, esta flor, aquella risa
junto al mar que me graba estos gerundios,
retales juveniles de mi vida.

Interminables gerundios.

 

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Este segundo recital se cerró con el poema «Progresando», en dónde se hacía una seria reflexión sobre el progreso. Todo el mundo aspira al progreso, a los avances técnicos y a los últimos inventos. Y esto está bien. Pero hay un progresismo fatuo que está a punto de convertirse en la filosofía del hombre de hoy. Un nuevo ídolo de barro que todo lo electriza, todo lo mecaniza y todo lo automatiza.
El poeta increpa a la máquina que, siendo un objeto al servicio del hombre y un instrumento creado por él, ha terminado por ahogar al hombre, su creador. Esta reflexión final supone, por contraste, una defensa del naturalismo y del ecologismo. En resumen, una reconversión del hombre y un aldabonazo a la conciencia colectiva para que revise los supuestos de un falso progresismo (7).
Qué será…
Decidme qué será del arroyo y de la escarcha,
cuando el plegamiento último se asome
a las pupilas descorchadas.
Qué será del templo rayado y gualda
que adoraba la cúspide del promontorio virgen
o de la pluma esmalte que amanecía
danzando, tras las crestas de la sierra indomable.
Decidme qué será del trinar de ruiseñores,
cuando el neutrón de vidrio estalle en su espoleta,
pulsado por el dedo maquinista,
qué será de la nube algodonada
tras aquella luna soberbia de la sombra misteriosa,
o de las cepas jugosas que preñaban los racimos
que un día desgajamos.
Decidme qué será de la lluvia humedecida
que lavaba las mejillas incoloras,
qué será del sudor de la campiña,
cuando el ocre total uniforme los colores,
o qué será de las ramas y de las góndolas canoras
que nos saludaban con sus guiños y sus vaivenes;
qué será de la alegre barquichuela,
columpiada por remos invisibles y venturosos,
cuando el toque de queda petrifique nuestras vidas.
Qué será del amor de nuestra infancia recordada,
o del repicar de campanas y castañuelas,
qué será ‑decidme‑ de la ceniza de nuestros cuerpos enterrados bajo el mantillo metálico de un campo hecho de minas.
Qué será de los interminables gerundios de la vida.
Qué será del hombre ‑ ¡decídmelo las máquinas!
Interminables gerundios.

 


 

(6) Este poema está comentado con gran rigor literario por Carmen Sánchez­ Cañete en su libro «Poetas de Jaén» (Jufer, 1986).
(7) Cuando hice este poema, aún no se hablaba de la capa de ozono ni del cambio climático.

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