[…] Esa Semana Santa, con apuros de conciencia, me dejé arrastrar alguna tarde al cine. Y devoto y audaz paseé a una niña, ocho años menos que yo… Muy bien vestía… Educada y tierna. Pisaba como los ángeles. Era mi tipo. Rubia, serena y esbelta. Exhalaba juventud y fragancias como si cada mañana se bañase en rocío de flor. Además. yo, a solas, la había descubierto y abordado. Con miradas fijas, duras, por el “tontódromo”, le hacía cambiar el paso, encenderse y bajar los ojos…