Poesía recital, 2

09-04-2008.
Mis primeros andares poéticos. Algunos poemas son anteriores, cuando el contacto con la Universidad y el desmoronamiento del último intento de viraje del franquismo agónico.
La poesía social ‑realista y crítica‑ me atrapó. Todavía no sabía qué hacer ni cómo abrirme paso. Pablo Neruda y Miguel Hernández se me presentaban como los grandes poetas que seguir. Era fácil y lógico que prendiese en mi natural rebeldía un modelo de poesía testimonial y comprometida. Los poemas de esta época se incluyeron en una vieja colección titulada «Nueva piel de toro» [Esta colección terminó en la hoguera, cuando unos indeseables incendiaron el Instituto de Guadix].

Hice mías aquellas palabras de Miguel Hernández:
«Intuí, sentí venir contra mí vida la gran tragedia de España y me metí dentro de mi pueblo, y puse mis cinco sentidos en engrandecerla como pude y como supe».
En esta época, el purismo poético quedó conscientemente olvidado. No era hora de bellezas formales ni de adornos líricos. Pensaba que las «ínclitas razas ubérrimas» y «las oscuras golondrinas» eran puro ejercicio lírico. Mis poemas, en cambio, se hicieron guijarro, dolor y grito de hormiga clamando justicia, libertad y pan. Poesía, en fin, puesta al servicio de la lucha, siguiendo los modelos del realismo social.
1
Me lo inspiró una escena que vi en los campos caciquiles de Écija. El poema representa la tragedia del jornalero campesino andaluz. La palabra es ronca, desnuda de panderos y cascabeles: callan las guitarras y castañuelas. La tópica y típica Andalucía de pandereta elimina sus colores y hace emerger el secular llanto del hombre maniatado por el amo. Ahora puede parecernos añejo, pero la historia reciente está ahí. Este poema fue I premio de «Poesía andaluza. Úbeda ‑77».
Estampa andaluza
Vi tu ojo entreabierto, invernal, sin fijeza,
que miraba, aterrado, por debajo del hombro
y lloraba pucheros y un trocito de agua.
Vi tu boca ennegrada, abisal, agrietada,
que se abría, furiosa, en intermitente pena
y mascaba de prisa las palabras en vano.
Vi tu voz desgarrada por los ayes y coplas,
que gritaba, cainita, soluciones sin tregua
y ahogaba su canto, como voz de una fiera.
Vi tu pecho encorvado, manantial y convexo,
que lucía un rosario de latín y medallas
y amasaba la envidia de tu historia negrera.
Vi tu vientre deshecho, cuaresmal y arrugado,
que clamaba un pan duro, con su sal y pimienta
y eructaba el gazpacho de la siesta cansada.
Vi tus piernas pabilo, arqueadas y endebles,
que danzaban al trote del compás de los látigos
y aguantaban, calladas, un misterio de huesos.
Vi tu cuerpo morado, desigual y sin alma,
que se hundía, nervioso, en el yugo y la tierra,
y se alzaba rebelde ante el golpe de espuelas.
Pero el amo te pisó con sus botas de plata.
Pero el amo te ató a su cintura de balas.
Pero el amo te sangró con sus lacayos a sueldo.
Pero el amo te mordió con sus dientes indianos.
Y el amo te llenó de púlpitos infernales,
y te metió con su grito en el cortijo,
y te robó tu cabeza, y eyaculó en tu cama,
y fue tu hermano en Dios, y fue en conjunto:
Caín, Luzbel, Atila y Alcapone.
(«Una nueva piel de toro», 1975)
2
Dedicado a la España de la época. España ‑de todos es sabido‑ siempre fue espina de los poetas. Baste recordar la censura, el exilio o la muerte. Desde Quevedo a Larra, desde Machado a Blas de Otero, desde León Felipe a Goytisolo. El monopolio patriotero de la media España hacía rugir a la otra media. Me lo inspiró una manifestación estudiantil granadina (1973), cuando todo aquello terminaba con los cien metros lisos, el porrazo destemplado o las dependencias policiales.
Subiremos trepando
Subiremos trepando ramas, huesos, desnudos
como pies de serpiente, acurrucados,
madera en árbol, bajorrelieve hueco;
subiremos sin luz, haciendo eses
hasta la España nueva de la nueva esquina,
la que ahora nos traza otro paisaje
y nos dibuja otro cerebro, otra aventura.
Subiremos trepando, en lucha, vivos
para hablar de lo nuestro, de aquel hombre
que sufrió, que murió, que nos exige
el relevo solemne y la memoria.
Subiremos de pie, llenos de barro,
vagabundos del asco y las cloacas,
hartos ya de la rabia de estar hartos.
Subiremos trepando, manos prietas,
a tañer el volar de las campanas; subiremos con fe, con nuestros codos
desollados, rocosos, innavegables;
subiremos con fuego en los rastrojos,
con el mirar cansado, amarillos, abismales;
subiremos con el aire de fiesta, avinagrados
por la fiebre febril de los gazpachos.
Y nuestros corazones saltarán gozosos, bellos,
hasta que oigamos el grito de la hormiga:
ese grito cordial: ¡pueblos de España!
(«Una nueva piel de toro», 1975).
3
Estando en Riotinto, pude observar la odisea escondida y oscura del trabajo de la mina. El pozo «Alfredo» me hablaba de jaulas siniestras y de sirenas de sombra. No eran hombres: eran máscaras silicosas las que vieron mis ojos de 20 años en aquella galería carcomida por la pirita. Era el año 1963. Trece años después, tres mineros morían en Vitoria, héroes del silencio y de la metralleta.
Recordé mi experiencia onubense y la uní a la tragedia vasca. Me salió un poema bimembre: primero, una estrofa corta, con sabor a estribillo macabro; después, los tres claveles, como homenaje. Me acordé también de Alekos Panagulis, tiroteado en la Grecia de los coroneles.
Tres claveles
I
Huele a humo y a fuego,
huele a fuego,
huele a tiros y a suerte,
huele a muerte,
huele a sangre, a silencio,
huele a incienso,
huele a rezos y a gritos,
huele a pitos,
huele a silbas y a palmas,
huele a lágrimas,
huele a huida y a llanto,
huele a canto.
Huele a mierda y a caña,
huele a España.
II
Tres boquetes de tierra han sepultado,
la victoria del pueblo de Vitoria;
tres coronas de negro han fabricado
la conciencia de un pueblo hacia la historia.
Tres obreros quedaron mudos, tersos.
Tres legiones gritaron: ¡democracia!
Tres pistolas dieron la voz de ¡gracia!
Tres claveles os mando con mis versos.
(«Nueva piel de toro», 1975).
4
Difícil me fue seleccionar un poema de mi tierra en esa etapa social. ¡Eran tantos! Cualquiera de ellos, desde «Nostalgias» hasta «Flamencos» o «Societitis» podrían figurar en el presente inventario. Sirva de muestra la 2.ª estampa del conjunto «Cuatro estampas y un canto», con el que gané el I Premio «Arcipreste de Hita». No sólo como agradecimiento al premio, sino como testimonio del localismo andaluz en su casticismo más peyorativo. El poema es un romance que se dirige al pueblo, que es quien lo canta, lo recita y lo transmite. Yo presencié esta estampa alcalaína, y hasta no hace mucho podía verse por las empedradas calles de Alcalá. El vocabulario es vulgar (en su sentido etimológico). Quizá todos entendáis el larvado mensaje que sus palabras encerraban.
Romance del señorito
Se ve pasar a galope
por la piedras de mi calle,
la estampa ecuestre de un hombre,
espuelas de plata, y talle
sujeto a su fiel caballo.
Los viejos toman el sol
en las esquinas del pueblo.
Quema el sol sobre el cortijo,
mientras que en la dura feria,
gitanos con el botijo
piden por Dios su limosna.
La estampa ecuestre chulea
lanzando trotes lorquianos.
Un niño cobre babea
y se come los mendrugos
de la caridad. Y mea
delante del señorito.
Ya suenan las campanillas
del ángelus de las doce.
La iglesia se reconoce
por velos de negro luto.
La tierra caliente humea
por los campos amarillos.
Salen ya los monaguillos.
Y en la casa señorial,
cura y señor parlotean.
(«Nueva piel de toro», 1975).

Deja una respuesta