Jesús de Polanco

25-07-07.
Muchos han escrito ya sobre la vida y la obra de Jesús de Polanco. Salvando las diferencias con tan importantes personalidades de la vida pública ‑Saramago, Juan Luis Cebrián, Vargas LLosa, Felipe González, Alberto Ruiz Gallardón, Juan Cueto, Manuel Vicent, Juan Cruz…‑, también yo quiero aportar mi modestísimo homenaje escrito a quien conocí de forma casual y efímera, dejando en mí uno de los recuerdos más impactantes de cuantos archivo en mi memoria. Es posible que parezca ‑como dice mi amigo Enrique Hinojosa‑ que le doy publicidad a cualquier cosa que hago. Es que no sé escribir de lo que hacen otros. Y si oculto mi protagonismo, tendría que inventar historias, que tampoco es mi fuerte. Lo que relato a continuación es un autocomplaciente elogio y pido disculpas por el atrevimiento. Sin embargo, mi intención es celebrar a quien verdaderamente protagonizó lo acontecido aquella noche de primavera en la calle Torrelaguna de Madrid.

Fue en mayo de 1998, cuando tuve la primera oportunidad de acercarme a él en el acto que la editorial Santillana organizó para la entrega de premios de Experiencias escolares. Sus palabras de cierre del acto fueron a favor de la convivencia, del desarrollo educativo…, «de compartir la cultura de América Latina, propósito que nada tiene que ver con los viejos espíritus de conquista».
Cuando mi nombre sonó entre los galardonados, me acerqué a la mesa presidencial para recibir la placa. Sus palabras afables y directas, con las que me la entregó, fueron escuetas:
‑Usted ha superado a nuestros libros de texto. Siga trabajando por este camino.
‑Volveré el próximo año, don Jesús. Yo quería el primer premio.
Una sonrisa, mientras apretaba mi mano, fue su gesto cómplice en una noche de inolvidable conversación con Vargas Llosa, uno de los autores fieles de Alfaguara, sobre su imponente obra empresarial extendida ya en todos los países de Iberoamérica.
De vuelta, en el tren, empecé a anotar las líneas que seguir en la próxima experiencia pedagógica para el curso siguiente. Sabía que podía aportar mucho más que con la experiencia Descubrir Iberoamérica, recien premiada.
Aquel verano del 98 lo pasé meditando sobre las pautas de investigación en mi nuevo trabajo. La promesa que hice a Jesús de Polanco de volver a Madrid era un tanto chulesca y pretenciosa. Quizás fuera de tono, inoportuna…, pero espontánea y franca. Estaba seguro de que el trabajo de muchos años en la línea de investigación e innovación pedagógica tendría el reconocimiento adecuado. Y los premios Santillana eran el máximo galardón al que podía aspirar. Surgió así la experiencia ¿Dónde está el bosque?
No olvidaré la cara del señor Polanco cuando al recibir el nuevo trofeo un año después le dije:
‑Le prometí volver y aquí estoy, don Jesús.
‑Es usted increíble. Enhorabuena. Varios centenares de candidatos quedaron en el camino, pero usted lo ha conseguido…
En la copa-cena con la que nos obsequiaron, descubrí en él a una persona bondadosa, emprendedora, ambiciosa en el mejor sentido y, ante todo, demócrata. Sí, don Jesús de Polanco tenía convicciones firmes y criterios seguros. Sabía el sentido profundo del papel que le había tocado vivir en esta etapa histórica de transición democrática y desarrollo económico. Era consciente de la importancia de su imagen como empresario moderno y respetuoso con el sistema. Sabía callar a las ofensas que continuamente recibía de un sector de la derecha que nunca perdonó su independencia, ni la defensa de la verdad en cuantos medios de comunicación controló.
Los que lo llamaron burlonamente “Jesús del Gran Poder” o, por citar alguna atribución de la COPE, “Grupo Risa”… podrán discrepar de su estilo o de sus profundos principios democráticos; pero tendrán que reconocer que su obra está consolidada definitivamente, como la democracia, en la que siempre creyó y a la que ha contribuido de forma tan elegante desde la moderación y el respeto.
Hoy tenemos un demócrata menos, pero las generaciones que seguimos disfrutando su forma de hacer comunicación, no lo olvidaremos nunca.

Deja una respuesta