Al mediodía crecen las palabras
como tallos de menta.
El ímpetu sonoro del almuédano
se sostiene en las alas de los pájaros.
El aire es preceptor de los gorriones
que nunca llegarán a los oasis.
Antiguos Alumnos de Magisterio SAFA (AAMSU)
Premio Nacional de poesía «Mariano Roldán» 2010.
Al mediodía crecen las palabras
como tallos de menta.
El ímpetu sonoro del almuédano
se sostiene en las alas de los pájaros.
El aire es preceptor de los gorriones
que nunca llegarán a los oasis.
Fervorosa es la carne
del ángel que se quema en su belleza,
en la sutil belleza del desastre.
Un color y un perfume:
cuerpo y alma fundidos
en la fuente. Un bálsamo
de cúrcuma y canela es la oración.
El hermano que lee
con los ojos prestados,
la lengua consumida
por falsas oraciones,
tregua pide. Sus lágrimas
no tienen la amargura
del arrepentimiento.
Quien reza con las manos
abiertas
y el corazón cerrado,
quien cruza sus brazos sobre el pecho
pero el río interior
es seco y pedregoso,
quien se arrodilla e inclina la cabeza
pero su pensamiento
se ocupa con las cabras,
El alma es el vapor
del té de hierbabuena.
El agua no consigue
lavar la desmemoria
ni los turbios deseos
que esconde entre sus pliegues
el alma apasionada.
El alma se desnuda ante los ojos
del Todopoderoso.
El alma sin sus límites
se queda en cueros vivos,
desea la transparencia,
que la luz la penetre,
la inunde y se haga llama
de Amor viva,
Aquí no existe el tiempo.
Todo es tiempo sonoro:
sermón, rezo, memoria
con trenzas anudadas
con cintas de tisú,
mondadura y despojos,
tiempo en el tiempo,
orden en el desorden,
la extrema exactitud
de inexactas verdades.
Para Emilio Lozano.
¿Qué harán desde tan pronto
los pájaros rezando en los cipreses?
¿Qué corazón tendrá
dispuestas sus banderas
para saltar de gozo
o saludar con golpes
de alegría la luz
con que amanece el cántico?
La muerte es blanca y duerme de costado. Vive entre
los vivos, entre árboles frutales. Permanece
atenta a las plegarias de los hombres que van
o vuelven de los campos, discretos, silenciosos,
con las cuentas rodándoles en los dedos gastados.
La muerte oye llover sobre los vivos y oye
llorar sobre los muertos. Observa a la muchacha
Para José Tomás.
Todo lo que no sé de ti,
sobre las lentas ruedas de tu pensamiento,
sobre tu casa, tus camisas,
los colores de tus babuchas,
dónde cueces el pan,
las cartas que no escribes,
el número de hijos que olvidas
o conoces,