Mujeres en la historia de Úbeda – 2

Después, Manuel J. avisa que vamos a marchar por la calle Ventanas, pidiendo que tengamos cuidado porque está sin acerado (a lo que yo añado: «Y con el piso fatal, como bastantes calles de Úbeda»), para dirigirnos hacia el Convento de las Clarisas, haciendo la tercera parada en una plaza emblemática: la de Álvaro de Torres, a la sombra nuevamente, desde donde nuestro guía sigue su gracioso y sustancioso discurso, siempre preguntando a los últimos de la comitiva que, en toda excursión, son llamados “escoba o farolillo rojo”, para proseguir su parlamento.

Nos señala el Convento de las Clarisas, donde lleva rezando tanto tiempo esta antigua orden franciscana de España: nada menos que desde su fundación, en 1290. Gracias a que aquí durmió Isabel la Católica, camino de Baza, y, en agradecimiento al hospedaje recibido, se le concedió el titulo de Real Monasterio, pues un tercio de sus habitaciones fue ocupado por la reina en su visita.

Luego, Manuel J. relata nombres y ascéticas vidas monjiles, dejando al público anonadado con su variada tipología. Las había pobres y ricas, teniendo estas últimas prebendas y derechos, pues eran señoras y se traían damas de compañía, que también les servían para caminar cuando eran viejas; y algunas, hasta tenían niños que lógicamente no eran biológicamente suyos, pues eran célibes, pero siempre estaban allí con el objetivo de satisfacer sus instintos maternales. Las pobres, por el contrario, eran las últimas en comulgar y las que realizaban los trabajos más serviles del monasterio. Recuerda que unas eran vocacionales y otras no. Y nos relata sus alucinantes historias.

Sor Luisa Polo: casta y humilde que se encontró en Santa Clara a un niño (que resultó ser Jesucristo) y que le anunció que ese lugar del patio florido sería cementerio; sor Catalina de Biedma que pagó el trascoro para que la enterrasen en él; sor María Raya (que era adinerada) y fue cuidadora del huerto de Santa Clara, quedando infectada de peste. Estando postrada en cama, se le apareció san Andrés y le dijo: «Si veneras mi imagen, te curarás». Ella pintó la imagen al fresco y, poniéndose de rodillas, la veneró; por eso se curó, al igual que otras. Sor María Sagrario era rica, sabionda y vanidosa y le pidió a Dios que le mandara la lepra para que se le incomunicara en su celda y poder así estar a solas con Él. Allí dijo que lo vio, en olor de santidad. A la pregunta de si era santa, Lizana responde: «Ella se creía santa, pero nunca fue santificada por nadie».

Sor Catalina Afán de Rivera se presentó en el convento vestida de estopa y retazos de ropa vieja, siendo rica. Cuentan que se azotaba y hacía muchos ayunos. Sor Luisa Medina comía únicamente las sobras alimenticias de sus compañeras. Sor Luisa de Leiva y Mesía era tan bondadosa que tenía colas inmensas de gente, que llegaban hasta la iglesia de Santa María, y a todos les daba de comer. Sor Juana de Carvajal llevaba una soga al cuello y barría todo el convento todos los sábados ella sola; también hacía mucha mortificación y períodos de larguísimo ayuno. Y Lizana finaliza su entretenida ponencia afirmando: «Si tuviese que elegir de entre todas ellas, me quedaría con La Raya que vio a san Andrés. Este convento es un vivo ejemplo de la historia de las mujeres de Úbeda».

Ahora comenzamos la Úbeda más política y caminamos por el dédalo de callejuelas del barrio antiguo, charlando sin parar, hasta que llegamos a la siguiente estación: plaza del Palacio de los Marqueses de la Rambla, cuyo edificio es del siglo XVI.

Dª María Concepción Loren de Heredia era malagueña y, como allí su familia hizo mucho bien a los gitanos, esta etnia adoptó ese apellido para sus propios hijos. Era una mujer muy activa, pues estaba metida en sociedades benéficas, haciendo siempre obras de caridad y participando en promoción de las bellas artes. Es la primera mujer, no reina, que habla en el congreso de los diputados de entonces, durante la dictadura de Primo de Rivera. Hacía obras de caridad y de servidumbre al pueblo. Tuvo dos hijos: un varón, que murió joven como su padre; y la hija, que fue la undécima Marquesa de la Rambla. Aunque era malagueña, siempre se consideró ubetense. Hizo declaraciones de concesión de monumentos nacionales en Úbeda. Uno del público asistente recuerda que por eso estuvo parando en este palacio Alfonso XIII.

Al proseguir la visita nos encontramos un bus turístico pequeñito de Atlante, que funciona eléctricamente, y que sube por la calle Jurado Gómez; hasta que llegamos a la siguiente parada: la explanada de Santo Domingo, donde mucho personal busca asiento y acomodo. La mañana va acumulando cansancio en las piernas. Nos señala Lizana la Casa de los Morales (del siglo XVII), conocida también como la Casa del Ahorcado, sin explicar apenas la iglesia de Santo Domingo. Porque, según una leyenda, que sitúa los hechos en tiempos de Pedro I, un caballero fue ahorcado por mandato de este rey, desde el balcón de su casa (la antigua vivienda que existía en ese solar), por haber raptado una dama con la que Pero Gil, fiel partidario del rey, tenía intención de casarse, poniéndole una cartela que decía: “Así castiga el Rey a los enemigos de Castilla”.

fernandosanchezresa@hotmail.com

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