“Pentimento”

Por Jesús Ferrer Criado.

Era una reunión de mayores a la que asistí por no hacerle un feo al anfitrión, viejo amigo, que hubiera lamentado mi ausencia y me habría exigido toda clase de explicaciones. En fin, sin muchas ganas, pero fui.

No conocía a la mayor parte de los dieciséis o dieciocho que estábamos; algunos de vista sí, otros de nada. Éramos matrimonios, o por lo menos parejas, y la reunión, un almuerzo más o menos campestre, se desarrollaba según lo previsto, o sea en plan superficial: sin política, sin religión y sin sexo.

Descartando esos temas, un grupo puede sobrevivir un tiempo; pero quizás alguno, sin darse cuenta, toca tangencialmente algo que otro advierte como intencionado y se ve obligado a refutar y poquito a poco se forman discusiones, subgrupos, bandos y ya se habla de todo.

La discusión era sobre todo entre los hombres. Las mujeres, con alguna excepción, intervenían poco y con poco éxito. Yo hablé cuando me obligaron a opinar y decidirme sobre algo, pero traté de guardar la ropa hasta conocer mejor a mis contertulios.

En cierto momento, y cuando la conversación ya había dado tres vueltas derivando de un tema a otro, uno de los comensales, un tipo recio con bigote negro, obviamente teñido, proclamó orgullosamente que no se arrepentía de nada de lo que había hecho en su larga vida y que, si volviera a nacer, volvería a hacer lo mismo.

Es el tipo de afirmación absoluta que me parece un brindis al sol y claramente falsa. Cuando oigo eso, y ya lo he oído muchas veces, pienso para mí que estoy ante un orgulloso recalcitrante y probablemente un estúpido integral. En lo que a mí respecta, en mi vida lo hubiera cambiado casi todo sin miedo alguno al temido “efecto mariposa”.

En estas intervino un hombre, sentado frente a mí, que reconoció, después de pedir perdón al petulante por disentir, que él sí cambiaría cosas de su vida, en caso de que se le diera oportunidad de repetirla.

—Mirad, yo me he sometido a cuatro operaciones graves. O sea, he firmado cuatro veces que me dejaba hacer lo que el cirujano quisiera sin rechistar ni reclamar. Ya me han trasteado el corazón dos veces y otra la rodilla izquierda. Y me han operado de apendicitis. Además, tengo angina de pecho. Pues bien, la mitad por lo menos de esos problemas me los hubiera ahorrado si hubiera vivido de otra manera. Me los hubiera ahorrado yo y se los hubiera ahorrado a mi mujer y a mis tres hijos. Los representantes, agentes comerciales que les dicen ahora, hemos tenido que alternar con los clientes, invitarles y caerles simpáticos. Eso significa comer, beber, trasnochar e incluso ir a puticlubs. Pues bien, si yo volviera a nacer evitaría esa profesión, está claro.

—Coño, no te hagas el inocente. Seguro que no te desagradaba del todo.

—En el momento no, pero, aparte del daño que le hacía a mi salud, me hacía sentir culpable cuando volvía a mi casa y eso tampoco era bueno ni para mí ni para mi mujer.

Se hizo el silencio mientras algunos mirábamos a su mujer, que tenía la cabeza inclinada hacia el suelo.

—Ahora que estoy felizmente jubilado, aunque con la espada de Damocles sobre mi cabeza, le pido a Dios que me deje vivir “libremente” unos años más, para estar con mi mujer, con mis hijos y con una nietecita que tengo. Y cuando Dios me pregunta que por qué tendría que concederme esa prórroga, intento camelármelo diciéndole que me voy a dedicar a hacer más felices a los demás. No sé si va a tragar.

Nos hace gracia lo de camelarse a Dios. Todos le miramos con ternura, un poquitos conmovidos y un mucho escépticos. Esa cándida petición a Dios para que cambie las leyes de la naturaleza hace sonreír abiertamente al grupo.

—Y cómo piensas hacer más felices a los demás, si puede saberse.

—Estoy aprendiendo a tocar la guitarra.

Joder, pensé yo, hasta que aprendas, que no sé si estás ya en la edad, lo más seguro es que des la tabarra a más de uno. O sea, que tal vez a tus vecinos no les hagas más felices con eso. No dijimos nada, pero algún gesto de extrañeza sí sorprendí en el corro. Realmente, su optimismo y su sentido del humor eran loables.

Uno de los ejes de la ascesis es el examen de conciencia. Significa repasar lo que has hecho en el día y corregir para mañana lo que has hecho mal hoy. Es la autocorrección continua en busca de la perfección, aunque sabemos que el justo peca siete veces, ¡por lo menos!, y la mayoría de nosotros ni te cuento.

Ciertamente, no podemos cambiar el pasado; y toda elucubración sobre eso son ganas de divagar; pero la actitud de los que aceptarían revisarlo, si pudieran, me parece más razonable y más humilde que la contraria.

Los artistas, que obviamente buscan la perfección, nos dan ejemplo. Las modernas tecnologías descubren frecuentemente que, bajo conocidas obras de arte, importantes cuadros clásicos, hay otras pinturas que no acabaron de convencer al artista y decidió taparlas pintando encima. O sea, el pintor se arrepintió y corrigió su error (?), o simplemente cambió de idea. Ese fenómeno se conoce en la pintura con la palabra italiana pentimento, o sea, ‘arrepentimiento’.

Creo que todos tenemos páginas de nuestra historia que desearíamos borrar y corregir. Hechos que no nos llenan de orgullo, precisamente. Y precisamente, hace unos días, escuché un fandanguillo que refleja muy bellamente ese pesar que sentimos ante el error cometido, quizás forzado o involuntario, y que ahora queremos remediar:

Caballo,
caballo, que tanto quiero,
¡qué barato te vendí!

Ahora que tengo dinero,
vengo yo a pagar por ti
diez veces lo que me dieron.

jmferc43@gmail.com

Deja una respuesta