18-08-2012.
Porque estos tiempos no están para tiernas tareas, ni para arrumacos de jardín, ni mansas palabras, que siempre hubo un tiempo de guerra y de tregua, de sable y de labio, de bala y margarita, y sin embargo, ahora más que nunca, hay que saberse, decirse, hacerse y sentirse enamorado, nena, no importa de quién, ni para qué, ni por qué motivos, ni desde ni hasta cuándo, no importa, corazón, que las prosas de amor te laven la conciencia de los días perdidos, los meses, estos años de arritmias y de miedos cubriendo la almohada, no importan nuestros duelos sin pan, hubo otro tiempo de himnos y de estrofas chupándonos por dentro las prosas de la vida.
También hubo otra vida lamiéndonos los labios de amor inverosímil, de lucha y de piropo riendo en esta angustia, la risa se nos iba por la alameda quieta un día en Santafé, desinflada y con ganas de masticarte entera, me hacías un ovillo con tu cuerpo de lana, me vigilas y escuchas en tu tarima noble de músicas silentes, ¡ay cómo lo sentía!, te apretaba pinchando con ese clavo ardiendo tu bella arquitectura, y yo ni me enteraba, ¿qué regalo te haré en esta hora en que, carnal y vivíparo, te me vienes con tanto ozono dentro?
Hubo una era, recuerda, y un primer pentagrama, y una luz escondida, y un aljibe roto, y un mar de alfileres, y una sinfonía verde en todos los amores añejos de cupido, y hubo una yedra, y un mirabrás de aguardiente, y un perfil de palmera, y un apellido ilustre, en cada boca hubo siempre una lágrima, y una espera en espera, angustia y prosa unidas, y otra muerte distinta, y sobre todo, hubo una almunia encendida en el noventa y ocho, tu diente de conejo, dardo que quema pero nos vive, herida que pica pero nos sana, luz que ciega pero nos guía…
Arma del alma, vaso del beso, leche del lecho, libro del libre y sal del sediento, tú toda, definitivamente hecha a la pena infinita de la lírica perdida y tan sensiblemente, estaba aquella sábana, el fuego de los versos, con sólo el cuerpo a cuerpo del abrazo letal, gaviota y pupila azul de los pañuelos, la paz y el mar, ozono en la paloma de jarabes de pétalo, los tempranos kikirís de los gallos, de las nevadas cañadas, de los templados chirimiris, y ese mar de tus ojos inmensos, siderales, en tu escorzo secreto y el resplandor del agua.
Dibujé tu saliva con mi pulmón herido y un racimo de uvas me reflejó tu cara, tus adolescentes tetas, con toda la mecha dentro, me invitaban a un cielo edenizado con todo el amor a gatas por las ruinas de los innumerables días, inoportunamente, con toda la rabia dentro, con todo el dolor a cuestas, con todo el color de los violines, alguien dijo que a veces un martillo se traga la inocencia vendada de los niños, pero yo visceral, directo como soy, demasiado infantil en los fracasos, mi agrio paladar para comulgarme con ruedas de molino, me encantan los vencejos.