Por Mariano Valcárcel González.
Hay accidentes y accidentes. Y de muy diversa índole y consecuencias.
Por lo pronto, un accidente es algo con lo que no se cuenta, un imprevisto, algo sorpresivo y, por lo tanto, lo que no podemos dominar. Luego se desarrollará de determinadas formas, de leves efectos, reparables, hasta graves o letales totalmente.
Hay accidentes que se ven venir; entonces no parecerían accidentes, pero lo son. Se intuyen por las circunstancias que los acompañan; en realidad, parece que son anunciados, pero lo curioso es que seguimos, progresamos en el intento o, en la acción, continuamos fatalmente. Luego, se produce o no. Cabezones, a veces, que somos. Son como esos vídeos que nos ponen en los que algunos, en algún lugar y haciendo cualquier cosa, se la acaban pegando. Ya lo sabíamos; ellos también lo debían saber, pero se continúa hasta que lo evitable sucede. ¡Claro que son accidentes evitables! Los que se producen por armas, generalmente de fuego, en los que un manejo o un tonteo con la misma provoca su activación y, muchas veces, la muerte de una persona; son más que evitables y no vale eso de que “las armas las carga el diablo”. Mi cuñado, por causas de su oficio, tenía que portar pistola, pero nunca supimos, cuando llegaba a su casa, dónde la ponía; era consciente de su peligrosidad. Se producen demasiados accidentes por esta causa y tenemos ejemplos que han determinado cambios en la historia.
Ahora están muy de moda los llamados deportes de riesgo. Ya lo dice su definición: ‘Contingencia o proximidad de un daño’. Y como está de moda y parece ser que quien no los practica es un cero a la izquierda social, pues ahí va mucho personal que ni tiene las cualidades, ni la preparación, ni el material adecuado para practicarlos y se lanzan como kamikazes. Y, demasiadas veces, el accidente se produce. Los medios de emergencia son avisados, se ponen en marcha operativos costosos y arriesgados y se rescatan vivos o muertos. ¿Y el dinero que cuestan esos operativos quién los paga…? Porque no hay duda de que son el producto de la necedad y de la negligencia. Del capricho por la novedad.
En las carreteras, suceden muchos de ellos que nunca se deberían haber producido. Yo, cuando impartía educación vial, tenía claro lo que el código decía y aconsejaba; había que tener siempre en cuenta el estado de la vía y sus circunstancias y el estado del vehículo. Según eso, así adoptaríamos un modo de conducir u otro, iríamos a mayor o menor velocidad, pero nunca lo contrario; o sea, que sea la vía la que se adapte a nuestro modo de conducir. Pues parece que, hoy por hoy, nadie es consciente de esto y, cuando la fatalidad te lleva al accidente, siempre tendrás el argumento de que tú no tuviste la culpa de provocarlo. La irresponsabilidad, por delante siempre.
Precisamente, los accidentes de circulación casi siempre tienen un componente de inadvertencia; se producen, pero no nos damos cuenta ni de cómo ni de con quién. Circulamos y de pronto, a lo sumo, notamos un gran ruido y un golpetazo, o vaivén o desplazamiento. No nos damos cuenta de nada en el momento de producirse. Es luego, teniendo suerte, cuando adquirimos consciencia del suceso y empezamos a evaluarlo. Y tras ello todo lo demás, que nos lleva desde algo leve y de poca enjundia hasta la constatación del horror sobrevenido.
Hay accidentes que, por su total absurdez, nos afectan más. Esos que suceden en el medio doméstico o entornos familiares y conocidos y que, en teoría, debieran estar más controlados. Pero una mañana, un señor decide asomarse al balcón y ve que el canalón del tejado está medio salido, se estira y… Y los que suceden con los niños, adecuada tropilla enloquecida, para la cual a veces ni hay límites ni mucho menos temor; con cualquier cosa y en cualquier momento, pueden accidentarse.
Hombre, no podemos vivir con el miedo metido en el cuerpo, de tal modo que todo nos produzca prevención y temor. Sin embargo, los hay tan temerosos, escrupulosos e hipocondríacos que entienden que cualquier cosa, en cualquier momento, les puede afectar. De todo se previenen y alejan y todo lo intentan evitar, como si ello fuese realmente posible. Viven, a veces, recluidos y adoptando medidas especialmente curiosas, que los hace hasta ridículos. Les sucederá como al del cuento oriental que, intentando evitar la muerte, se fue derecho hacia ella.
Tampoco nos ayuda a evitar males el no tener miedo de los mismos. Pensando que todo puede estar ya escrito (fatalismo) y que lo que tenga que ser será a nuestro pesar, ni disponen lo necesario para evitarlo ni en realidad quieren pensarlo; como el avestruz que mete la cabeza en el agujero, para no ver lo que le puede pasar. Al escrupuloso se opone el inconsciente, que cuenta también con que nunca la fatalidad lo alcanzará.
Por los accidentes, a veces se descubren verdades ocultas. Al ser imprevistos y totalmente desprogramados, contamos con que no sucedan en esas ocasiones en que nosotros no deberíamos estar allí… O en las que estamos donde estamos, sin haber justificante alguno. Se ha hecho mucha literatura al respecto, y obras de teatro y cine; es un tema muy goloso para fantasear situaciones absurdas, o incómodas o, peor todavía, devastadoras en las relaciones personales, sean amistosas, matrimoniales, de familia e incluso de trabajo. Pero, incuestionablemente, esto se produce. Recuerdo no hace mucho que, por una retransmisión televisiva en directo de un giro italiano, la mujer pudo enterarse de que su marido, en el lugar equivocado ciertamente, la engañaba. Gracias o por culpa de un accidente se han descubierto infidelidades, adicciones ocultas, dobles vidas trabajosamente elaboradas y vividas, vicios y hasta naderías de las que quien trataba de ocultarlas; así lo hacía, porque se avergonzaba de que se las supiesen. ¡Cuánto mundo oculto destapan los accidentes!
Dicen que hay accidentes que son como avisos de lo que nos puede pasar, más importante o peligroso; hay quienes creen que, como todo está relacionado y nada es casual (quitándoles ese atributo a los hechos accidentales), cuando algo sucede y además se sale de lo rutinario, de lo corriente, es porque es avanzadilla de lo que va a venir. Si eso fuese cierto, tratar de evitarlos no serviría de nada, claro está; pero ellos sí que nos servirían para evitar lo peor o para prepararnos a ello. Todo pudiera ser.