Ortega y Gasset: emperador de la luz

Tenía yo veintidós años cuando llegué a Málaga con una maleta de quimeras, mezcla de inquieta juventud y algo del renqueante semillero del espíritu Safa. En el Palo, barrio pesquero con una de las mayores concentraciones de colegios privados religiosos de España, se encontraba el ICET, fundado por el padre Ciganda e incorporado al patronato Safa tres años antes de mi nombramiento en él como propietario definitivo. Mi nuevo colegio tenía la misión de atender a los hijos de las más humildes familias de la playa; pero en dotación, instalaciones y recursos humanos era propio de un país tercermundista.

Por el contrario, San Estanislao de Kostka, el otro colegio de jesuitas tan sólo a cuatrocientos metros de distancia, se adecuaba a la categoría de quienes lo sufragaban: la alta burguesía. En él habían estudiado personalidades de reconocido prestigio como José Ortega y Gasset.
Inaugurado en 1882, San Estanislao fue continuidad del desaparecido internado de Sevilla, ubicado entonces en la actual sede del gobierno andaluz. Colegio para la élite, aunque también se admitían hijos de profesiones liberales de buen estatus social y económico, como demuestra la carta del jesuita Gabino Márquez, Rector de San Estanislao en 1915, al Provincial Ayala: «…nosotros hemos preferido educar en nuestros colegios a los niños ricos. A los pobres los educamos de otro modo y en otros sitios; pero en nuestros colegios sólo educamos a los niños nobles y ricos. Colocada en la puerta la criba de la pensión, claro está, sólo han colado los gordos. Si la pensión fuera más baja, atraeríamos a los niños de familias más modestas; pero ahuyentaríamos naturalmente a los ricos».
Sin duda Ortega pertenecía a esa clase de ricos ya que su madre era propietaria del periódico El Imparcial, y su padre, José Ortega Munilla, el director. Sin embargo, su preocupación social en una Málaga en crisis por la decadencia de la industria siderúrgica y textil, le influyó en su pensamiento sobre el modelo educativo de España: «La escuela confesional frente a la laica, es un principio de anarquía, porque es pedagogía disociadora». […] «La instrucción pública en España perpetúa en su organización un crimen de lesa humanidad, la Escuela es dos escuelas: la escuela de los ricos y la escuela de los pobres». […] «El estado debe ser laico y la Iglesia católica debe vivir separada del Estado», defendió siempre.
Ortega fue un brillante alumno de San Estanislao. Consiguió los mejores premios de su primera etapa de bachiller (1.er Premio de Catecismo, Cuestor de pobres, Prefecto de la Congregación de San Estanislao), hasta que dejó de interesarle este sistema de premios y dignidades en un cambio de actitud hacia intereses dirigidos hacia la pedagogía social entendiendo que «…la educación, por y para la sociedad exige también la socialización de la educación, la escuela única y la laica». Puede que este cambio de actitud le impidiera llegar a ser Príncipe, máximo galardón anual que se concedía al mejor alumno del último curso.
Su grandeza como filósofo aumentó con esta nueva visión de la realidad, que lo llevó a oponerse a la dictadura de Primo de Rivera y a autoexiliarse cuando Franco exterminó la incipiente democracia republicana. La búsqueda de soluciones a la crisis de identidad española lo indujo a defender la opción europeísta como otros escritores de la Generación del 98; y a defender el sentido de la aventura heroica dentro de la vida cotidiana (Las Meditaciones de Don Quijote).
Ortega estuvo seis años en un internado de parecidas características al que sufrimos o disfrutamos muchos de mi generación, por circunstancias de los tiempos que nos tocó vivir. Probablemente la mejor opción, entonces; pero inaceptable en su rigidez pedagógica, disciplinaria y segregadora con la que nuestro filósofo no estuvo de acuerdo. «Yo soy yo y mis circunstancias» ‑decía. Circunstancias de su tiempo, en España y en Málaga, que fueron determinantes en su pensamiento. En Málaga, no sólo le influyeron las situaciones de marginación social; también el paisaje marino, cercano a su colegio, le inspiró estas hermosas palabras publicadas en El Imparcial: «… Saliendo de Málaga, siguiendo la línea ondulante de la costa, se entra en el imperio de la luz. Lector, yo he sido durante seis años emperador dentro de una gota de luz, en un imperio más azul y esplendoroso que la tierra de los mandarines…».
Yo también tengo la suerte de disfrutar desde 1973 de este imperio luminoso que es Málaga. Y de entender y compartir con Ortega la idea del injusto sistema de escuela privada de ricos y pública de pobres, que encontré cuando vine a esta ciudad. Claro que las cosas son hoy diferentes. Ricos y pobres comparten ahora aulas en la escuela pública y concertada gracias a unas políticas de subvenciones, que tienen como objetivo repartir responsabilidades y privilegios en una sociedad democrática y pluricultural, muy diferente a la que nuestro gran filósofo conoció. Sin embargo, la segregación social que siguen practicando determinados centros privados de las nuevas élites, incluso camuflando la selección si son centros concertados, mantenidos con fondos públicos, sigue favoreciendo el modelo de pedagogía disociadora que Ortega denunció en su tiempo y que yo encontré en Málaga, en el entorno de mis primeros años de maestro.

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