«¡Muchas gracias…; de nada…!»

Es una suerte tener nietos inteligentes que te hacen aprender y vislumbrar, cada día, un futuro más halagüeño. Es lo que me ocurre a mí con mi pequeño Saúl que todos los días me sorprende -y varias veces- con sus “caídas” de parvulito avispado.
Ayer estuvo con nosotros, sus íos (abuelitos) maternos, casi toda la tarde, puesto que -además de regalarnos su simpatía y empatía espontáneas- sabe usar las palabras y frases adecuadas de lo que quiere expresar o pedir, con esa clarividencia que le caracteriza y con la claridad que tiene al hablar, sorprendiendo al que lo oye por primera y siguientes veces, usando un vocabulario preciso y acertado, cual bisturí de cirujano lingüístico impecable. Ahí van tres ejemplos. Uno: volvió a sorprendernos con su fresco y rico lenguaje al explicarnos claramente lo que son los “pivotes” que han instalado en su calle de Sevilla, para que no aparquen los coches en Semana Santa; dos: cuando jugamos a “la guerra de los cojines”, cómo sabe zaparse de ellos cuando se los lanzo y expresar alegremente el verbo exacto: «los he “esquivao”…»; y tres: para comérselo estaba cuando iba contándonos, ce por be, la ponencia infantil que tuvo que dar el otro día ante sus compañeros  y Juande -su maestro- sobre el tema del calamar, pues sabe explicotearse muy bien, diciéndonos que el dibujo que presentó se lo había pintado su hermano Abel y que lo habían coloreado al alimón; y cuyo texto -elaborado y repasado varias veces por su madre antes de la disertación- nos hicieron imaginar el momento perfecto que protagonizó en su aula, añadiendo todo tipo de detalles, con sumo desparpajo: que tiene unos brazos largos que son los tentáculos, que vive en aguas templadas o frías, que tiene tinta para defenderse de sus enemigos, etc.


Realizó también -jugando siempre- muchas cosas: colocar alineados impecablemente todos los coches y camiones en el sofá de la abuela; realizar diversos e intrincados recorridos de su coche preferido (Rayo Mcqueen) por todo el suelo de la casa que no por las paredes, pues lo tiene prohibido terminantemente, como sí le gusta hacerlo cuando va por la calle camino de su casa o al cole u otro lugar; ver dibujos animados de Tayo, el pequeño autobús; recortar con destreza diversos folios usados, hojas de periódicos obsoletos e incluso sobres verdes de las últimas votaciones, mandando hacer esa labor a mi persona, especialmente, puesto que, según él, la abuelita no sabe hacerlo bien (ella, que le ha hecho varias mantas de Patchwork -tanto a él como a su hermano Abel- y que tiene unas manos de artista manual inigualable); pintar con rotuladores (que tanto le gustan) hojas de Doraemon u otro personaje que le atraiga ordenándoselo a sus íos con firmeza, etc.
Como es un chico tan educado, además de darnos el beso a la llegada a casa y en la despedida, mientras está ejecutando sus juegos o diversiones más queridas, si se le da o facilita algo que precise o pida, nunca le falta su sincero agradecimiento verbal («muchas gracias») ni que nosotros siempre les respondamos «de nada». ¡Ah!, y, si se invierten los papeles, también sabe ejecutarlos con suma certeza respondiendo irremisiblemente «de nada».
De hecho ayer me ocurrió eso mismo: que yo le di un recorte de papel para que él lo colocase ordenadamente en mi mesa de trabajo, respondiéndome con un clarísimo «muchas gracias»; mas al yo no responderle con el correspondiente «de nada», por estar distraído, me lo vino a recriminar y recordar cariñosamente y hasta que no se lo dije no se quedó tranquilo…
Lecciones educativas y educadoras de la vida cotidiana que me da Saúl, mi querido nieto, el benjamín de mi familia, a mis 69 años. Casi
Sevilla, 30 de marzo de 2023.
Fernando Sánchez Resa

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