(Murillo, 1645-46)
Como Zurbarán, estuvo ligado,
por vida, a la pintura religiosa,
creando una obra esplendorosa
y un estilo dulzón, idealizado.
Sus Inmaculadas, resplandecientes
y azules como el cielo de Sevilla,
y unos niños, gozosa maravilla,
divinos o pilluelos, relucientes.
La luz y el color, puros y brillantes,
bañan unas miradas fascinantes
que funden idealismo y compasión.
Sin cuadros de ladronzuelos y pillos,
la personalidad y dimensión
de Murillo tendría menores brillos.
Lástima que esta pintura social
huyera de aquella España venal.