Auspicios

AUSPICIOS

Mariano Valcárcel González

Cuando llegó el 31 de diciembre y se celebró la llamada Nochevieja no teníamos ni la más remota intuición, ni dato alguno, que nos avanzase o advirtiese de lo que se nos venía encima en ese Año Nuevo 2020 (a pesar que ahora sabemos que el mal ya estaba andando en ese año que moría); era lo normal.

Todos los años que se nos van y los que se nos vienen tienen sus vicisitudes, variables previstas o imprevistas, alegrías, desilusiones, sorpresas, amarguras… Cosas, digamos, que entran en lo corriente de la existencia y algunas que la alteran para bien o para mal pero dentro de un nivel bajo de incidencia.

Pero lo que este 2020 nos ha traído se sale de lo rutinario o previsible. Rompe todos los esquemas establecidos y provoca la alteración casi total de lo conocido; quedan alterados los hábitos personales y sociales, las rutinas cotidianas, laborales, higiénicas y sanitarias, la administración… Se desborda la inseguridad ante el día a día en el desconocimiento de lo que cada jornada nos traerá.

Empezamos a ser conscientes de la dimensión del desastre, que ha puesto las cosas en claro, ha dejado al aire las vergüenzas, ha descubierto lo que había en la trastienda… Y resultó que no había nada. Tanta presunción de que teníamos tal o cual servicio que era el mejor del mundo , tanta organización imprescindible para nuestro gobierno o prosperidad, tanta grandilocuente dialéctica ensimismada al final en el quererse a sí frente a los otros, todo lo aparentemente útil y conseguido se mostró mero trampantojo.

Y lo malo es que esto sigue. No ha sido algo circunstancial de cierta potencia pero al fin finito y reversible con el esfuerzo necesario para lograrlo. No, esto sigue ahondando la herida, no restañándola, va seguro y sin detenerse hacia el final del año… Y más allá.

¿Qué diremos en la próxima Noche Vieja?, ¿qué desearemos o pediremos al próximo 2021? ¡Qué dilema!

Seguro, seguro que mandamos a tomar por saco al año que se nos va; muchos desearían no haberlo vivido; deudos fallecidos, negocios cerrados, trabajos desaparecidos, ilusiones truncadas apenas nacieron, tierra que se desmorona bajo los mismos pies… Puede que algunos den gracias por haber sobrevivido o haber resistido el primer envite, pero muchos más lo maldecirán. Luego la respuesta que dé cada uno, su pasivo conformismo o paciente sufrimiento, la consciencia de la impotencia y la del rebelde que no lo acepta (aunque sea en su interior, que externamente las manifestaciones que ven pocas).

Al año entrante lo saludarán con cautela  si no con verdadera acritud, no fiando de lo que pueda seguir escrito en esa agenda futura, ignota continuidad, se teme lo de la ya escrita y consumida. Cierto que los habrá esperanzados y hasta optimistas, ¿por qué no?, como nos ha enseñado lo pasado hasta en la desgracia de unos hay otros que se benefician, ¿por qué no van a seguir haciéndolo?

La esperanza se pondrá en esa vacuna milagrosa que debiera detener la epidemia pero ¿será eficaz?, ¿se distribuirá a toda la población?… Luego también los hay que dirán aquello de que no hay mal que cien años dure y que esto debe remitir y acabar de una forma u otra y en acabando volverá a restaurarse el orden establecido con anterioridad.

Creo vana ilusión esto último porque la huella de la desgracia es profunda y difícil de ocultar. Cual bosque asolado por terrible incendio lo que hubo y se quemó quemado queda, luego hay que esperar surjan nuevos brotes y una nueva aclimatación, que tardarán tiempo en arraigar y desarrollarse. No es cuestión de un año, ni de dos, que la reconstrucción de todo lo destruido se vaya logrando. Pero, en fin, por voluntariosa esperanza que no quede.

Me temo sin embargo (y sigo con el símil del bosque quemado) que los emplazados y obligados a trabajar por su reforestación dediquen más esfuerzos en discutir por donde han de empezar, quienes han de acometer la dirección de la misma, que criterios seguir para la optimización del trabajo, los medios empleados, etc., etc. Así que podremos temernos, y hay bastantes señales de ello, que ni el año venidero ni en los siguientes se logre revertir todo el daño que esta epidemia nos deja.

Cuando yo era chiquillo o en trance de adolescencia, me entretenía en pensar cuándo cumpliría ciertos años. Así me decía, para el 2001 tendré cincuenta años, y lo veía muy lejano tanto en el mismo tiempo como en la forma, pues no me imaginaba como sería o estaría yo en esos cincuenta años.

Todo llega si no se interrumpe drásticamente y en mi caso se llegó el momento de la cincuentena, de la sesentena y ya el límite de la setentena, y los años y las cosas transcurrieron tal vez como debieran ser y se ha de saber que pese a lo que pese no me quejo ni de haberlos pasado ni de haberlos sentido; menos el haberlos ido cumpliendo de acuerdo con mi ética y honradez (aunque haya quien no se lo crea).

Ni envidio lo de otros ni ansío sino el bien de los míos.

Mas ¡ay!, que llegó el 2020 y todo, hasta la comodidad de la vida sin sobresaltos se trastocó, que con la amenaza del maldito virus vive uno a pesar de poner los medios para evitarlo (que sí) o al menos retrasarlo. No en vano ya se anda prácticamente en eso que vienen a denominar “grupo de riesgo”; y no, ea, que no, que todavía estimo no ha llegado la despedida final al menos para mí.

Ni para nadie.

 

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

Un comentario en “Auspicios”

  1. Me ha gustado mucho tu artículo amigo Mariano.
    Has expuesto con claridad la realidad que tenemos…
    Puede ayudarnos mucho las pequeñas ilusiones – la escritura, poesía, música, …etc – que son alivio y vida de nuestro yo…
    A mí, los recuerdos de la SAFA siempre me han acompañado con alegría e ilusión.
    Encantado de leerte.
    Un abrazo Safista.

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