¡Se nos fue un hombre bueno!

Hace unos días hablé telefónicamente con Mari, la viuda de Antonio Pérez Molina, el que fuera conserje-limpiador y, en definitiva, hombre para todo -durante 15 años- del Colegio de la Explanada, hoy llamado CEIP “Sebastián de Córdoba”, de Úbeda (Jaén), para darle el pésame y que me contase los últimos aconteceres de su marido, ya que no pude asistir para acompañarla a ella y a sus tres hijos, en ese duro trance, por estar de abuelo imprescindible en Sevilla.


Lo hizo con una serenidad, una bondad y una ternura encomiables; y en tan buena disposición que me sirvió para hacerme una cabal idea de cómo era su querido marido, aunque tuve la suerte de conocerlo durante muchos años, describiéndomelo y alabándomelo continuamente, cual madre amorosa, desde que se conocieron hasta que le ha dicho su último adiós.
Y me lo ha referido incluso con humor, serenidad y desparpajo; y alguna otra lágrima, aunque pocas, la verdad, porque lo ha llorado tanto (a escondidas) que ya ni le quedaban. Me ha ido relatando cinematográficamente sus cuitas y avatares últimos -con su marido de principal protagonista- recordando especialmente sus últimos veintitrés días de vida, llevados con serenidad ejemplar por el enfermo y toda la familia, teniendo el acierto (ella y sus tres hijos) de no alargar la agonía y el sufrimiento gratuitos de Antonio y del resto de su bien avenida familia, con operaciones novedosas e innecesarias de resultado incierto; el plácido cuadro familiar cotidiano en la habitación del hospital, acunando y mimando al esposo-padre; y cómo le cambió el semblante a las seis de la mañana de su último día de existencia, cuando sus hijos y esposa vieron que su padre se les iba, dando sus últimos suspiros vitales; así mismo, sus ejemplares entierro y misa de difuntos, en Santa Teresa, en donde se volcaron familiares, vecinos y amigos de una manera encomiable, quedándose mucha gente fuera del recinto sagrado, por culpa del coronavirus que nos atenaza, mientras que toda la familia nuclear: esposa y tres hijos iban vestidos de riguroso negro, trasparentando sinceramente (como antaño era costumbre asentada en Úbeda y otros lugares de España) lo que sentían en el interior de sus corazones por su fallecimiento.
La penúltima noche estuvieron los tres hijos y su esposa presentes con él en la habitación del hospital San Juan de la Cruz de Úbeda (como todas las anteriores); y, cual gran y oportuno golpe de humor, Mari sugirió que deberían poner un cartel a la entrada de la habitación en el que se anunciase que no se permitían más visitas, pues andaba completo el hotel con los huéspedes justos, con la consiguiente carcajada de sus hijos y la apreciación inequívoca de su buen humor en esos momentos cruciales; a pesar de que casi todo la carga física y psíquica la ha llevado ella principalmente, durante meses y años, ayudada lógicamente por sus hijos, nueras y nietos también; incluso desde que le dio la primera gran subida de tensión estando aún Antonio trabajando en nuestro colegio.
También me relató cariñosamente las últimas visiones de Antonio mientras se iba despidiendo de su amado mundo familiar y de su querida esposa Mari: cómo veía Antonio una paloma blanca y una bella nena andar por los campos inmaculados…, cual ensoñaciones de lo que podría ser su nuevo paraíso. Por eso, Mari, al contarle Antonio esas visiones íntimas, no tuvo más remedio que exclamarle espontáneamente: «¡Eres un ángel, Antonio; eres una persona muy grande…!»


Como no hay dos sin tres, cuando falleció Antonio Pérez Molina, el 2 de septiembre de 2020, los de la funeraria se negaron a amortajarlo por aquello de la dichosa COVID-19 (sin que él llegara a padecerla nunca) y ellos (los cuatro: esposa y tres hijos), ni cortos ni perezosos, lo hicieron amorosamente, pues no estaban dispuestos a que se marchase de este mundo en ropa de hospital o pijama, ya que emprendía un largo e incierto viaje -sin retorno- al Cielo de los Justos, en el que tanto creía; por lo que le colocaron a su amada Virgen del Carmen y el escapulario de su venerada -y tantas veces acompañada por esos campos de Dios-, Virgen de Guadalupe (la “Chiquitilla del Gavellar”), de las que era tan devoto. Seguro que le habrán ayudado sobremanera, como piadoso y seguro pasaporte, en el duro e incierto tránsito al mundo del más allá, de una manera portentosa y estimulante. De hecho, a quien ya le está ayudando -y mucho-, es a Mari, su santa esposa, que a pesar de sus miedos consustanciales y naturales ha preferido quedarse sola a vivir en el piso conyugal, a pesar de que uno de sus nietos (especialmente) se ofreciera a quedarse con ella el tiempo que quisiese o fuese necesario. Bien sabe ella que, su querido Antonio, estará permanentemente en sus múltiples y buenos recuerdos; así como en sus ropas, enseres e -incluso- intuye que su voz y gestos permanecerán en on para ella por siempre, aunque en off para los demás, ya que seguirán acompañándola mientras viva, haciéndola sumamente feliz con su conciencia cristiana, tan tranquila, de haber cumplido el mandato del santo sacramento del matrimonio hasta el último día, cual si Antonio todavía estuviese a su lado físicamente, hablándole, recordándole y mimándola amorosamente, por todo lo bueno que ha practicado en este duro caminar en el mundo que ha dejado para siempre.
Bien servido y amado se ha ido Antonio Pérez Molina, este ubetense de a pie, tan amante de su pueblo, sus gentes y sus tradiciones; tan bueno, justo y amable con todo el mundo, y que tanto amaba a su tierra y a su gente; siendo uno de los muchos que haría falta que existieran y ejercieran en nuestro ajetreado y loco mundo, para que fuese, en verdad, un auténtico edén…
Había nacido un 2 de enero de 1944, en la “Ciudad de los Cerros” (Úbeda, Jaén), falleciendo el 2 de septiembre de 2020 en su misma ciudad natal; tenía por tanto 76 años.
Queda fehacientemente demostrado, en este caso y en otros muchos que los medios de comunicación no divulgan lo suficiente (ni les interesa comunicarlo), que siempre es el amor lo más fuerte e importante que existe en este mundo; y que para que una pareja sea feliz solamente se necesita una cosa: que ambos compartan ese menú cotidiano de amarse por encima de todo. No hace falta ser rico ni poderoso ni importante… sino -simplemente- tener una persona a quien amar y que te quiera, como se han querido (y lo siguen haciendo, aunque sea ya en mundos diferentes, no tan separados como creemos) Antonio y Mari, o viceversa, que tanto monta…
Para el que le interese, ahí va el enlace de su jubilación con otros cuatro compañeros maestros, incluida una de ellos (Asunción Rull Góngora) que ya está –también- en el cielo de los cristianos…
http://www.aasafaubeda.com/index.php/escritos/20-acontecimientos/669-ihasta-siempre-queridos-companeros-y-amigo
¡Qué merecida suerte ha tenido este buen hombre con esa joya de mujer que Dios le ha dado: “Casamiento y mortaja del cielo bajan”.
¡Te echaremos de menos, Antonio!
Sevilla, 23 de septiembre de 2020.
Fernando Sánchez Resa

Deja una respuesta