Recuerdos de un safista – 7. El recreo
La comida no se alargaba innecesariamente. El Hermano P. y un maestro a quien yo aún no conocía se paseaban entre las mesas y de vez en cuando se sentaban en una que estaba a la derecha, en un rincón, junto a la puerta que daba a las cocinas. En un momento dado, supongo que al ver que estábamos terminando, dieron orden de ponerse en pie, y tras el consabido “Deo gratias” fuimos saliendo en orden de edad, o sea, los mayores los primeros y nosotros, los pequeños, los últimos.
Por el pasillo alicatado desfilamos en silencio y nos dejaron disfrutar de un breve tiempo libre, hasta las tres de la tarde. Habíamos salido a un patio interior, entre la iglesia y un edificio que supusimos que era el internado. Era amplio, y tenía en él un campo de baloncesto con dos torres metálicas de buena calidad, pintadas en color azul, con su red y todo. Algunos chicos mayores deambulaban por el patio y otros estaban sentados en un rincón rodeado de un murete, guarecidos del sol bajo un árbol. Algunos entraban y salían por una puerta que estaba en un rincón del patio, y que rápidamente pudimos deducir que era la zona de sus cuartos, a los que podían acceder de forma continua, cosa que no nos estaba permitido a nosotros, que por otro lado, tendríamos que subir dos plantas, hasta el dormitorio corrido.