Por Manuel Jurado López.
V
Ahora ya no pienses
que es hermosa la tarde
que se muere.
Se muere y nada más.
Es una muerte escénica,
con la teatralidad
vienesa de una ópera
al aire libre, en Bregenz,
junto al lago dormido.
VI
Le ha estallado en las manos
el libro de las lágrimas
oscuras de Leopardi
y se ha puesto perdido
de palabras de luto.
VII
Todos los hombres sueñan
con remar junto a Ulises,
para volverse locos
y decir la verdad
desde el silencio.
VIII
En las lentas tardes de octubre,
con ese olor a nueces y tijeras,
a navaja y a viento tormentoso,
los enfermos aguardan el milagro
de ver que las espinas
se convierten en pétalos.
IX
Tirez sur le pianiste.
Disparad, disparad
sin miedo, que no os tiemble
el pulso. ¿Quién hilvana
los vanos pensamientos
con hebra de granate,
suspiros de la muerte?
X
Llega el dolor como baja la niebla
de los montes; lentamente se expande
por el cuerpo maltrecho o la muralla;
cada rincón se empapa de un sabor
a corcho y medicinas. Se oyen voces
desde el lado secreto, familiares
a veces, desconocidas: oráculos
que predicen cómo serán las horas
que quedan para el alba deslucida
y cuándo llegará la embarcación
fúnebre con remeros silenciosos.