Ley y orden

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Por Mariano Valcárcel González.

Es ley cruel, pero es ley, esto, más o menos, se decía en la Roma clásica. También en la España de Franco se decía que vivíamos en un Estado de Derecho. Se valoraba así que se pertenecía y vivía en una estructura legal, organizada adecuadamente y obligatoria de cumplir…

Sí, de acuerdo; la dictadura asumía la aberración de aplicar carácter retroactivo a hechos sucedidos, cuando no había ley que los sancionase, o acusar de “ayuda a la rebelión” a quienes, precisamente, la trataban de evitar; pero se cubría de una capa de aplicación legal. Tenía leyes.

Leyes las ha habido desde que el mundo es mundo (no en vano la naturaleza se rige por leyes) y desde que el homo sapiens se organizó en sociedad, en colectividades, en cuanto fue preciso el trabajo y su control; entonces, surgieron la religión y las leyes, ambas unidas al principio. Plasmar normas y leyes en un texto permanente, fue el inicio del Derecho; ahí quedó el Código de Hammurabi como muestra inicial. Perenne, inmutable, para que nadie lo olvidase.

Cumplir códigos éticos, de conducta individual y colectiva, comerciales, religiosos y hasta militares o de guerra fueron cuestiones muy necesarias y todas las civilizaciones existentes y sociedades habidas procuraron tenerlos, o propios o adquiridos de otros pueblos más civilizados. Tenemos el ejemplo de los godos. Sus códigos procedían de la sociedad germánica y guerrera, propios de su provisionalidad trashumante; cuando se sedentarizaron, acudieron al derecho romano y elaboraron el llamado Fuero Juzgo. Los judíos y árabes derivaron sus leyes de los mandatos religiosos (reliquias de los tiempos antiguos); y el cristianismo hizo, como los godos, una reelaboración de las leyes de Roma, adaptándolas a su creencia.

Sí; las leyes, muchas veces (si no siempre), reflejan la influencia del poder, pues es el poder quien las redacta e impone en su propio beneficio. Y el poder procede de Dios y, por tanto, es incontestable. Por ello, el intento novedoso de la Ilustración, cuando define (Montesquieu) la separación de poder y, por un lado, define un cuerpo legislativo (que elabora las leyes); por otro, el ejecutivo (que debe aplicarlas); y, el último, un judicial (que las interpreta y ordena su aplicación). Tres poderes (cual Santísima Trinidad) pues; pero, en puridad, uno solo detentador de los arcanos del derecho. El desarrollo de esta doctrina marca nuestro ordenamiento político en occidente.

La costumbre tiende a que estos estamentos colisionen, se interfieran o se mediaticen, tratando de controlarlos un sector de la sociedad, un sector del poder; cuando ello sucede (con más frecuencia de la deseada), las leyes se manipulan, el derecho decae o se desprestigia y la sociedad, en general, se pudre. Llegan, entonces, quienes desean que todo ello se acabe, quienes abogan por destruir el estatus hasta ahí admitido; unos, por las bravas, no dejar nada de lo anterior; otros, tal vez por reformas y nuevas leyes más adecuadas al momento. Vemos, ahora, que todo un presidente de Estados Unidos intenta desobedecer a los jueces que dictan sentencias contrarias a su deseo; desobedecer al poder judicial, como si ya este pilar de poder no fuese necesario. O se controla o se manipula a los jueces (a los tribunales, a veces creados ad hoc), o se les desprestigia para anularlos.

Los secesionistas catalanes van por al mismo camino. Las leyes existentes, dimanantes del poder del Estado, ya no les interesan. Las leyes que todavía obligan, porque están vigentes, no sirven a sus fines y abogan por desobedecerlas, por las bravas. Destruyen así parte del Estado de derecho que ellos mismos han utilizado (y representan)… ¿Cómo obligar al ciudadano a obedecer, unas leyes sí y otras no?; ¿no puede decir entonces que, si el edificio legal se resquebraja, ya no se siente obligado a cumplir ninguna norma o ley, venga de quien venga?

El desguace del código legislativo empezó, paradójicamente, cuando el liberalismo inventó las constituciones, que, al fin y al cabo, no eran más que una mejora del antiguo código sumerio. Regulando la convivencia y la sociedad, toda la limitaron, dada su ideología, al exigir que no se regulasen los aspectos económicos y de la propiedad en general (y del capitalismo en particular), que debían estar liberados de control alguno. Primaban los aspectos de control social y de organización territorial y administrativa. Al fin y al cabo, eran instrumentos al servicio del poder; en este caso, el económico.

Estamos en ese punto. El capitalismo sigue empujando para que el orden establecido legalmente le deje en paz, sean cuales sean las consecuencias sobre la población en general (buenas o malas); pero se dota de estructuras legales para cubrirse de los problemas subsiguientes. Hace buena la máxima del inicio de este escrito, como justificación de su existencia: Ley y orden.

Quienes de esto discrepan, pueden llegar al deseo de destruir todo edificio legal, como forma de desembarazarse de la opresión del poder. Pero no pueden admitir, en su ilusorio pensamiento, que toda sociedad tiende a la organización y al orden (cualquiera que sea); y que esto supone, siempre, llegar a la legislación y al derecho: siempre existirá alguien que legisle y alguien que aplique esa legislación; y siempre alguien que deba obedecerla.

Insisto; cuando el edificio legislativo y el judicial se hunden, se desprestigian, se desprecian, entonces, es señal de que la sociedad se deshace, se desmorona. Cada cual se sentirá tentado a tirar para donde quiera y como quiera, sin necesidad de contar con el derecho del de al lado, y serán siempre los poderosos quienes se salvarán del caos, porque tienen los recursos para ello.

marianovalcarcel51@gmail.com

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

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