Por Dionisio Rodríguez Mejías.
3.-No fueron las cuatro mil pesetas que me ofreció Berrocal por hacerme cargo del cursillo, ni mi afición al frío, que bastante pasé los años de internado. Cuando, en el bar de la Facultad, me preguntó adónde pensaba ir de vacaciones, irónicamente le contesté que dudaba entre el Caribe y Baden-Baden. ¡Vaya pregunta! Pero el comentario que hizo a continuación, me hizo dudar. Dijo muy serio que Nuria, en Navidad, era una fiesta. Cuando las chicas regresaban de las pistas, se daban un baño y empezaba la función: música a todo trapo, carreras por los pasillos, bullicio en las habitaciones, despelote… Lo bueno que tenían las niñas de papá es que se encaprichaban de cualquier cosa. No le tomé a mal que me mirara cuando dijo… «Cualquier cosa», y como la imaginación es la zona más erógena del organismo, allí mismo le dije que podía contar conmigo.