Por Dionisio Rodríguez Mejías.
5.- El dilema.
Solo faltaban unos días para que abandonara su trabajo y, en su estado, era capaz de cometer cualquier disparate. Me avergonzaba mi comportamiento. No soportaba la idea de perder a Olga a pesar de sus problemas, pero tampoco quería renunciar a Roser. Si obedecía a mis sentimientos y optaba por Olga, renunciaba a un brillante futuro, y haría daño a Roser. Y si me decidía por Roser, Olga acabaría hundiéndose en el alcohol. Todo había cambiado desde la fatídica noche que pasamos en el clínico. Roser era una persona buena e inteligente, que me ayudaba en mis estudios, me quería como nadie me había querido, y tenía unos padres que estaban encantados conmigo. Y Olga era una niña triste, sin amigos ni familia, que se estaba muriendo por dentro. Si me inclinaba por una se hundía la otra, y si lo hacía por la otra, me hundía yo. He ahí el dilema: salvar a Olga o salvarme yo. No pude aguantar más, la cogí por los hombros, la abracé con todas mis fuerzas y dije sin pensarlo demasiado: