Llegando a la Cuesta del Rosal, desde la calle del Carmen, siento que la vista se me nubla y que el conocimiento se me va debilitando. Apenas veo. En esos momentos, intuyo que todo sea producto de la pérdida ‑tan enorme‑ de sangre que he tenido. En ese mismo instante, me viene el hermoso y dulce recuerdo de mi madre. ¡Qué bello recuerdo: su santo nombre, que se me apareció en ese dulce y tierno instante! Posiblemente, ella estuviese rogando por mí, ante algún devoto crucifijo; acaso sospechando mis tormentos y amarguras, y quizá ofreciéndole el sacrificio de su querido hijo al Señor… Todo ello pasó fugazmente por mi mente, mas no tenía tiempo que perder, pues, en ese momento, el alma era lo más importante que tener en cuenta.
En minutos, por segundos… me sentí morir, por lo que elevé mi mente a lo alto, pidiéndole al Señor perdón por mis pecados. Hice lo mismo con los que me habían hecho algún mal y comencé a rezar el acto de contrición lo más devotamente posible. Sin haberlo terminado, caí en brazos de mis ángeles custodios desde la terminación de la Cuesta del Rosal. Caí, tres veces, en tierra, mientras ellos me llevaban colgado de sus hombros y brazos hasta que atravesamos la calle Montiel. Todo esto me lo contó, más tarde, D.ª Teresa Martínez, una mujer que desde su casa lo vio todo.
Recuperé el conocimiento frente a la iglesia de las Descalzas. Tuve un triste despertar: todavía la gente pedía mi muerte.
Úbeda, 21 de octubre de 2012.