De este mundo alterado, liado, desnortado, se pueden intentar sacar algunas consecuencias (otra cosa es que se logren…): las que nos convengan según nuestras ideas preconcebidas o según la moda imperante. Por lo tanto, variantes habrá para todos los gustos: certeras o menos certeras.
Bien; de todo…: desde la hora de los neocons, ‘neoconservadores’ (realmente se les debería denominar como mínimo neofascistas), a la de los ultraliberales (que llevan al striptease al liberalismo mismo); desde el imperio del capitalismo salvaje (al auge de los fundamentalismos religiosos), hasta la exacerbación de los nacionalismos atomizados y atomizantes, que no ven más allá de sus filtros de ideales inventados y de historias manipuladas; y de las izquierdas descolocadas, desnaturalizadas, oportunistas.
No comprendo que se digan de izquierdas y se proclamen como tales los que se embadurnan de parafernalia fascistoide (y de métodos que lo son en ciertos casos) y corto vuelo nacionalista. Y se andan enfervorizados, liándose en sus trapos y en sus canciones (himnos) de corte excluyente, a veces muy xenófobo, haciéndoles en verdad el agua fresca a los partidos nacionalconservadores de toda la vida (que al final son los que se llevan el gato al agua).
Si se es de izquierdas, en verdad y con cierto equipaje cultural y doctrinario, no se puede ser nacionalista. Sí, ya sé, ya sé que el internacionalismo fue, como tantas cosas, cercenado en los tiempos en que Stalin reinaba y daba las consignas; que existiendo la Comintern, como órgano de propagación del comunismo, se quedó, sin más, en poderoso instrumento de propagación del imperio del zar rojo. Se usó y luego se disolvió como azucarillo, cuando ya no convenía por temas de la geopolítica.
Entonces, aparecieron los movimientos revolucionarios pseudocomunistas o comunistas de raíz que, para llevar a cabo sus implantaciones con cierta fuerza y justificación entre las masas, se embadurnaron de una capa nacionalista, patriotera, para así poder enfrentarse, con afrentas veraces o inventadas, a otras naciones más poderosas (fundamentalmente USA). Entendían, y eso es una lección que por acá no se dio (o poco), que debían suplantar a las derechas en ese monopolio de símbolos.
Fraccionando así estos movimientos, se lograba su poca efectividad real, que era, a la postre, lo que les convenía a las dos grandes potencias para su mutuo estatus.
Pero es que, también, a los caciquillos revolucionarios surgidos por doquier, les convenía. Porque así eran, supuestamente, “dueños” absolutos de su tingladillo. Sus únicos administradores efectivos, sus oráculos y casi siempre sus más que ególatras caudillos (por eso lo de Gran Timonel, Conducator, Comandante y otros adjetivos autoadjudicados).
Mientras se implantó el modelo, se fueron aceptando como normales sus esquemas; y, en diversos lugares, los partidos de izquierdas, que se desarrollaban en sistemas más democráticos, vieron como muy positivo el aplicarlos para su pervivencia; o mejor, para lograr una subida de simpatizantes que los llevase a ser los catalizadores (y beneficiarios) de ciertas reivindicaciones históricas, culturales, económicas, perdurables desde antiguo o recién inventadas. Reivindicaciones transformadas de inmediato en cuerpo de doctrina nacionalista, aderezada de toda su consecuente imaginería y de sus simbolismos nuevos (o rancios). Pero en España, como indicaba, no tuvieron la habilidad de potenciarse, fagocitando lo que la derecha creía ser sólo suyo (de hecho le dejaron libre y entero ese campo); no tuvieron la decencia de declararse jacobinos y unitarios (aunque lo llevan en sus genes), por mero oportunismo táctico.
Se convierten así, estos partidos de supuesta izquierda, en meros cascarones que por fuera lucen magníficos, pero que han quedado vacíos de contenido; porque no es de izquierdas, por mucho que lo proclamen, el utilizar la vena nacionalista (que ‑sigo diciendo‑ es, en su origen y finalidad, excluyente y xenófoba) para lograr auparse al poder. Sí, admitamos que con esa figuración lo logran; mas, luego de lograrlo (cosa que deben hacer utilizando bastantes métodos ‑no democráticos‑ de represión, exclusión o acoso a disidentes de sus posibles ideas), para mantenerse… habrán de sostener también la dinámica que los llevó al poder.
De una forma o de otra, los supuestos izquierdismos, llegados tras la estela nacionalista, se pueden mantener en el poder, porque han de mantener encendida la llama nacionalista (fuente de enfrentamientos contra otros; porque, si no hay afrenta real o inventada, no puede haber nacionalismo). El nacionalismo no puede sobrevivir sin “los otros”, como distintos y enemigos potenciales (si no hasta reales). El estado de tensión es, por lo tanto, absoluto y así se ha de mantener, como cimiento firme del edificio institucional, en manos de los dirigentes izquierdonacionalistas. De ahí, solo un paso (que se da muy a menudo) para alzarse como líder indiscutible y perpetuo del territorio nacional, tan arduamente conquistado.
¿Estos son pues izquierdistas o simples y meros aprovechados del sustrato que los hará llegar adonde, en un desarrollo democrático libre y pleno, integrador y no disgregador, no podrían llegar por sus propias fuerzas?