Aunque quisieron curarme allí mismo, yo me negué alegando no tener con qué… Por eso, ante mi insistencia de que me llevasen a la Casa de Socorro, al fin acceden, pues la cantidad de sangre les asusta. Como el que salió en busca de un coche no llega, me llevan a la portería y me sientan en el recibidor. Allí, la sangre sigue fluyendo tan abundantemente que ‑según me contó, después, el propio novicio‑ trataron de asustarme, alegando que habían matado a tres o cuatro frailes. Lo que parecía verdad…