Escondidos, abiertos, otoñales, viejos troncos plantados por la lluvia, y la luz de amarillo nos dormía. Era todo de luz, luz en los ojos del paisaje de juncos, luz y estrella de infinitos lejanos.
La luz quieta seguía dibujando meandros, arriba las montañas claras, limpias, rotundas con el verdor abajo, besando un pie de roca, amarillo otoñal en los ramajes de una madre voraz, el paraíso de la luz en tu rostro imaginado.