Viaje al «Imperio del sol naciente», 13

26-03-2012.

En verdad que aquel ambiente modestamente festivo no parecía ser el más adecuado para hablar de la reciente catástrofe nacional; y, sin embargo, pensé que la ocasión era única. Manabu Murata, el joven ingeniero en física nuclear, había visitado por motivos profesionales algunas centrales nucleares en España, Francia y Suiza. Hablaba español y francés con soltura.

Tras las inevitables presentaciones personales y las insoslayables preguntas acerca de sus viajes a España y de explicarles qué hacíamos nosotros allí, pensé que la mejor manera de introducir el tema del tsunami y de la central nuclear de Jukushima era relatarles, de manera que no resultara chocante, nuestra reacción al pequeño temblor de tierra que tuvimos, mientras dormíamos tres días antes en Tokyo. Y que, en el tiempo que estuvimos en la capital, nos había parecido que el suelo se agitaba levemente con relativa frecuencia. En lo que sigue, intento reproducir lo más fielmente posible la conversación:

—Es normal —nos dijo Manabu con amarga sonrisa—. Nuestra capital se encuentra justo en la encrucijada de tres placas tectónicas. Lo cierto es que Tokyo no ha sido construida en un buen sitio.

—Yo tengo miedo de volver a Tokyo en las próximas vacaciones —enlazó la estudiante Noriko Sugimoto; y añadió que, desde marzo pasado, ella dormía con una linterna al lado de la almohada y con la bolsa salvavidas que había distribuido la municipalidad—.

—De poco te servirán —cortó Manabu— si se cumplen las previsiones del Instituto de Investigación de Seísmos de la Universidad de Tokyo. Un informe reciente, encargado por el Gobierno a dicho Instituto, manifiesta que, después del seísmo del 11 de marzo pasado, las réplicas sísmicas han aumentado de manera considerable en la región de Tokyo, lo que estadísticamente aumenta las posibilidades de que se produzca un seísmo de gran magnitud.


El Instituto estima que hay un 75% de posibilidades de que un terremoto de magnitud superior a 8 se produzca en los veinte próximos años. Lo llamamos el «Big One». En tal caso, se piensa que los muertos, en Tokyo y su bahía, superarían los 25 000 y que cerca de un millón de edificios serían destruidos.

Nuestras miradas se habían, de golpe, ensombrecido y el nivel de champán en las copas quedó inmovilizado. Del otro lado de la barra, Ayumi, la camarera, nos miraba atentamente mientras secaba, con una bayeta amarilla, los vasos y copas de cristal. Se acercó despacio a nosotros y le preguntó casi confidencialmente a la estudiante Noriko:

—¿Cómo le va a tu prima Yuko?

—Pues ahora está bastante contenta —respondió la estudiante—. Sigue viviendo con su marido y su hijo en la casa prefabricada que les procuraron las autoridades de Ishinomaki.

—Ishinomaki —nos dijo Manabu— es uno de los pueblos arrasados por el tsunami. Hubo casi cuatro mil muertos.

—Mi prima me dice que no quisiera reconstruir la casa de Ishinomaki, porque está cerca del océano y porque todo, en el pueblo, le recuerda el día horroroso que vivió ese once de marzo. Cuenta que hay gente que oye hablar a las víctimas de tsunami convertidas en fantasmas (1). Lo cierto es que, cuando terminen los ritos funerarios por la familia desaparecida, mi prima se irá para siempre de Ishinomaki.

—Pues dile a tu prima que no venga a Tokyo —aconsejó Manabu a Noriko; y con esa serenidad fatalista típicamente japonesa, añadió—. Aunque ya sabes que la previsión de los seísmos sigue siendo una ciencia muy aleatoria. Por lo tanto, no hay que preocuparse excesivamente. Lo que tenga que pasar, pasará. Y, además, ahora disponemos de la genial invención de las cápsulas antisísmicas —dijo, mirándome al tiempo que apuraba su copa de cava—.

Esta vez fue Angèle la que se adelantó, convirtiendo en palabras su curiosidad:

—¿Qué es eso de la cápsula antisísmica, Manabu?

—Pues nada… —respondió con cierta suficiencia—; que el miedo al seísmo «Big One» ha favorecido la emergencia de nuevos inventos antisísmicos y antisunami. Hay una empresa que está comercializando una cápsula o esfera de un metro cincuenta de diámetro, en donde caben bien apretadas cuatro personas. El material de que está hecha es tan resistente que las personas pueden esperar tranquilamente a que llegue la ola o a que se derrumbe la casa. El presidente de la empresa asegura que muchas de las víctimas del seísmo y del tsunami del 11 de marzo podrían haber sido salvadas si la esfera hubiera existido. No conozco el precio de la bola, pero parece ser que la empresa ya ha recibido miles de pedidos.

Se estaba acercando la hora de cierre del establecimiento. Pagamos la cuenta, llamamos a un taxi y nos fuimos despidiendo.

Cuando, media hora después, volvíamos en taxi al hotelito Ryokan Yuhura, me di cuenta de que las manos del taxista saltaban sobre del volante como si la rueda estuviese circundada de brasas. El tremendo Parkinson que lo aquejaba no le impedía, sin embargo, conducir de manera impecable. Y, cuando del otro lado del parabrisas divisé el esbelto y luminoso “pirulí”, me dije que aquel día de Santa Catalina había sido, en verdad, un día muy especial para mí. Y quedé profundamente agradecido a mis dos “reinas”.

***

(1) Según la tradición espiritual japonesa, el alma de quienes no murieron acompañados de los ritos funerarios adecuados se transforma en fantasma; particularmente, el alma de quienes mueren de manera violenta.

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