La mona de Palacín

21-03-2012.

Cuando el paseo de la Explanada era eso, un paseo; cuando su amplitud no la había recortado esa obsesión desmedida del mandatario de turno por edificar y sacarle provecho económicamente al suelo de nuestra ciudad monumental, a ese antiguo parque lo poblaban perfumadas acacias y gigantescos árboles que, en verano, eran inmensos toldos que la naturaleza generosa brindaba al paseante.

¡Cuántas veces en los estíos hemos escuchado a la banda municipal bonitos conciertos, mientras las parejas de enamorados se paseaban plácidamente al son de alegres pasodobles! ¡Cómo se recreaban los mayores, sentados en los bancos de piedra! ¡Cómo gozaba la chiquillería correteando sin freno por su amplitud!

Allí cabía el ferial y allí se estuvo celebrando muchos años, cuando lo trasladaron desde la Plaza del Reloj y la Corredera de San Fernando. En el perímetro del parque, en un lateral, ponían todos los aparatos y casetas; el circo y el teatro chino de Manolita Chen, en la puerta del molino de aceite de don Luis Rojas Siles. Cuando ardió el gigantesco Circo Price, en ese lugar se calcinó. La caseta municipal la instalaban donde hoy tenemos el ambulatorio de la seguridad social, Virgen de Guadalupe.

De los tres grupos escolares que se inauguraron en la década del 1920-1930, uno de ellos se ubicó en ese parque, otro en las eras del Alcázar y otro en el Cristo del Gallo. Los tres iguales con sus seis aulas, tres de niñas y tres de niños. El del Cristo del Gallo ya ha desaparecido. A los grupos escolares le fueron poniendo nombres de los políticos de turno. Mi corta vida de colegial la pasé en el grupo del Alcázar, al alimón con los buenos maestros don Juan de Mata, don Luis y don Teodosio.

Cuando las celosas autoridades pensaron que, en nuestro pueblo, era necesario darle impulso a la enseñanza superior y era urgente que en Úbeda hubiera un instituto para el bachillerato, no vieron otro lugar más idóneo para ubicarlo que en ese parque y así lo hicieron. Taparon el colegio público, hoy Sebastián de Córdoba, sin miramiento alguno. «¡Es más importante un instituto que un colegio de primera enseñanza!», así dirían los que lo planearon. Sus escasas luces, como vulgarmente decimos, no alcanzaban más allá. Tendrían la misma mentalidad que los que quitaron el Paseo de la Coronada para hacer un mercado.

Úbeda está carente de parques y zonas verdes donde poder expansionarse y respirar aire puro. Los ubetenses llevamos varios años de escuchar lo del Parque Norte. Los políticos de turno todos hablan de él. A ver si pasa como lo de aquel mal sastre al que le encargaron una capa, le dieron un gran trozo de tela y tanto y tanto la recortó que no le salieron más que unas polainas. Yo, cuando paso por la avenida de don Cristóbal Cantero, no veo nada más que bloques y más bloques de nuevos pisos. El parque de bomberos también lo han ubicado allí. La Ermita del Paje se ha quedado sumergida y resignada entre los rentables pisos lucrativos.

Hace tiempo que el instituto se quedó pequeño y han tenido que habilitar, en otros lugares, aulas para que la abundante juventud estudiantil pueda satisfacer sus necesidades académicas; y la bonita fachada del colegio Sebastián de Córdoba está oculta, pues se accede al referido colegio por unas puertas laterales. Todo esto gracias a la ineficacia de los mandatarios de turno de la ciudad que hoy llaman “El Renacimiento que mira al Sur”, “La ciudad del Renacimiento”, “Úbeda, ciudad saludable”.

Cuando se celebraba allí la feria, en la parte norte del parque era adonde, en verano, hacinaban las mieses y se trillaban las parvas. Un verano saltó una chispa de la chimenea de la fundición de Palacín y se prendieron varias hacinas de mieses que ardieron. En la ya desaparecida fundición, sus dueños tenían una mona. El animal siempre estaba haciendo monerías entre la maquinaria y los hierros que había en su entrada. Los árboles del parque de la Explanada, con sus ramas, alcanzaban los tejados de la fundición; y la mona, creyéndose que estaba en un bosque, se encaramaba en ellos y saltaba de rama en rama como Tarzán en la selva.

Antes de hacer el ambulatorio, en ese lugar hicieron un cine de verano, “La Pista”, y varios años pudimos, en las tardes noches, pasar plácidas horas viendo bonitas películas. Por entonces, éramos muchos los incondicionales de la radio. ¡Qué canciones más bonitas escuchábamos por él! Marchena, La Niña de la Puebla, Valderrama y muchos más. En el referido cine, uno de esos días pasaban -creo- la única película que Juanito Valderrama había protagonizado: El rey de la carretera. Yo la vi y, como película española y andaluza, no me disgustó. Mi suegra era una mujer sencilla de pueblo y esa clase de películas sí la entendía y le gustaban. En la radio, había escuchado a Valderrama la canción de esa película:

El reino de la alegría
retumba en mi corazón;
en toda la Andalucía,
yo soy el rey y el señor.

Golondrina, Golondrina,
mi mulilla jerezana,
corre que lleguemos pronto
a Córdoba la sultana.

Pili, sobrina de mi suegra, era del mismo corte en esa clase de espectáculos, aunque niña; pero hacía muy buenas migas con su chacha Pepa, como cariñosamente la nombraba. Ese día convidó a su chacha y en el descanso la invitó a palomitas. Estaban pasando una velada a gustísimo. Sonó el timbre. Se apagaron casi todas las luces. La gente se fue aposentando. Cesó el murmullo, pues la única luz que quedó, se apagó.

Se iluminó la pantalla, se vio a Juanito montado en su tartana, arreándole a su mula, mientras desgranaba la canción. En ese instante, mi suegra sintió que le daban en el hombro, volvió la cabeza y su vista fue a toparse con los redondos y vivarachos ojos de una mona. Ella no esperaba eso. Lanzó un grito y se incorporó, dándole a la mona un achuchón y se armó la marimorena: unos, porque la habían visto; otros, sin saber de qué se trataba. El caso es que dieron la luz y la mona ya estaba encaramada en la rama de un árbol. Mi madre política pasó un gran susto, gracias a las monerías de la mona de Palacín.

fsresa@gmail.com

 

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