Sentados frente a él en el diván, con una copa de champán en la mano, Maurice los miraba con aquella misma cara lastimera y turbia, cuando Angelo y Rosalva conversaron unos días antes en el avión, como si se conocieran desde siempre. Y, en su interior, maldecía el momento en que decidió cambiar el vuelo directo de Roma a Sevilla por el de hacer escala en Madrid, con objeto de resolver el asunto pendiente con los mafiosos, como le había prometido a Alfonso, cuando se despidieron en Davos. Sería una buena noticia para Alfonso, saber que ya no tendría que pagar aquellos centenares de miles de euros, por haber contribuido a la fuga de Rosalva. Era el regalo que Angelo y él le hacían, para agradecerle la invitación a visitar Sevilla.