07-11-11.
El Boing 767 estaba a punto de despegar del aeropuerto de Zúrich. En poco más de una hora aterrizaría en el Charles de Gaulle de París y allí Alfonso tomaría uno de la compañía Iberia que lo llevaría al San Pablo de Sevilla, en donde lo estaría esperando su amigo León para conducirlo al palacete. Se había extrañado de ver cómo los pasajeros se apiñaban, en la puerta de acceso, media hora antes de que llamaran al boarding pass ‘permiso de embarque’ y cómo, llegada la hora, codeaban imperceptiblemente para ganar un puesto en la larga fila.