Conciencia artística en el Lazarillo de Tormes, y 6

05-11-2011.
Estructura fónica subyacente
Ya durante el anterior análisis hemos podido percatarnos de que, en determinados momentos de nuestra lectura, aparecen ciertas frases en las que el narrador utiliza un efecto fónico, mediante la concentración de sibilantes intervocálicas. He aquí las más manifiestas:

—líneas 6–8: «por reservar su vino a salvo […] nunca después desamparaba […] antes lo tenía por el asa asido».
—líneas 9-10: «no había piedra imán que así trajese a sí».
—línea 35-36: «espantábase, maldecíase».
—líneas 41-43: «mas así lo disimuló como si no lo hubiera sentido».
—líneas 46–47: «[…] me sentía, sentéme como solía».
—líneas 62–63: «golpecillo que me desatinó y sacó de sentido».
La aliteración de dichas sibilantes es tan evidente en estas frases, que no puede pasar desapercibida en la lectura, recitada o no, de un fragmento tan corto y concentrado como el nuestro. Constatamos, además, estos fenómenos:
1) Que esta aliteración de sibilantes se produce principalmente cuando éstas se sitúan en posición intervocálica.
2) Dicha aliteración de sibilantes confiere a estas frases un carácter marcadamente lúdico.
Ahora bien, si pretendemos considerar este efecto fónico como rasgo formal característico y pertinente de nuestro texto, debemos comprobar primero:
a) si dicho tipo de aliteración persiste a lo largo de todo el fragmento;
b) si se extiende a otras sibilantes en posición intervocálica;
c) si existe una correspondencia estructural entre dichas alteraciones y las diferentes acciones/reacciones anteriormente analizadas.

En los tres casos, la respuesta es afirmativa, como lo demuestra el cuadro siguiente:

Líneas
Personaje
Sibilantes intervocálicas
Frecuencia
1
Ciego
usaba […] cabe sí
2
3-4
Lázaro
asía […] besos […] callados, y […] a su

 


4

5-8
Ciego
conocía […] reservar […] a salvo […] desamparaba […] asa asido
 

6
9-13
Lázaro
así atrajese a sí […] paja larga de centeno […] dejaba
 

7
13-17
Ciego
fuese […] me sintió […] propósito y asentaba su jarro entre las piernas […] y así bebía seguro

9

19-37
Lázaro
 
paja […] hacerle una fuentecilla y agujero, sotil […] de cera […]
triste ciego […] pobrecilla […] la cera […] fuentecilla […] la gota se perdía espantábase, maldecíase […] no sabiendo qué podía ser […] decía

16

38-41
Ciego
vueltas y tientos […] mas así lo disimuló como si no lo hubiera sentido


6
42-48
 
Lázaro
 
rezumando mi jarro como solía […] aparejado […] me sentía, sentéme como solía […] recibiendo […] hacia […] poco cerrados los ojos por mejor gustar el sabroso licor

14

49-54
Ciego
desesperado ciego […] toda su fuerza […] con dos manos aquel dulce y amargo jarro, le dejó […] ayudándose […] con todo su poder

8

55-58
Lázaro
el pobre Lázaro, que de nada de esto se guardaba […] otras veces, estaba […] gozoso […] parec

7

60-64
Ciego
el golpecillo que me desatinó y sacó de sentido, y el jarrazo tan grande, que los pedazos […] partes, y […] dientes, sin los cuales
 
 
 

9

 
Subrayemos enseguida dos aspectos de importancia general:
La gran cantidad de sibilantes intervocálicas (87 recurrencias) en un texto tan breve (487 palabras) indica que este tipo de aliteración es seguramente voluntario por parte del narrador.
Como ya quedó señalado al principio de nuestro análisis, el fragmento aparece estructurado según un diálogo de acciones que llamábamos “diálogo en silencio”; en este sentido, la reiteración de sonidos sibilantes demuestra una pertinencia semántica incomparable puesto que, en primer lugar, esas aliteraciones suponen una imperiosa y constante invitación al silencio y, en segundo lugar, porque la máxima discreción y sigilo son tan necesarios a Lázaro para conseguir su propósito como al Ciego para contrarrestarlo.
Dado lo dicho en a), es posible que estas aliteraciones fuesen mejor apreciadas si se recitase el texto; pero dudo que lo sean de la misma manera con respecto a una nueva red de correspondencias y de contrastes que, una vez más, podemos encontrar, teniendo en cuenta este componente fónico, su frecuencia y su desarrollo a través de ese “diálogo de acciones”. Veámoslo, sirviéndonos del cuadro precedente.
Primera constatación: La intervención reiterada de las sibilantes intervocálicas sigue una progresión cuantitativamente similar a la que pudimos comprobar cuando se analizaron los respectivos haceres de los dos personajes. Es decir, que el número de fonemas sibilantes empleados para la descripción de las diferentes astucias de Lázaro es cada vez mayor y más variado, cuanto mayor complejidad van adquiriendo dichas artimañas. En cambio, por lo que respecta al Ciego, aunque cada nueva frecuencia de sibilantes superará también a la anterior, ninguna de ellas, sin embargo, alcanzará la cifra de Lázaro. Ello será comprobable, claro está, mientras la relación Lázaro-acción-éxito/Ciego-reacción-fracaso se resuelva a favor del primero; así,
 
 
 
 
 
Total
Sibilantes / Ciego
2
6
9
17
Sibilantes / Lázaro
4
6
16
26
 
A semejanza de la victoria que Lázaro obtuvo sobre el Ciego cuando se analizaron los respectivos haceres (Lázaro, 12/Ciego, 11), este cuadro nos muestra que también Lázaro vence respecto de los fonemas sibilantes utilizados: Lázaro 26/Ciego 17. Victorias que no son sino la expresión numérica de ese enfrentamiento entre dos mentes astutas: la una (Lázaro: la escuela de la vida) en constante progresión; la otra (el Ciego), con la importante baza de su larga experiencia.
Una vez más, pues, Lázaro ha conseguido beberse el vino del jarrillo y, de nuevo, el Ciego no ha logrado saber cómo. El diálogo de acciones queda suspendido en su primera fase de alternancia y no se reanudará hasta que el Ciego descubra la razón de su nueva derrota.
Seguro de la eficacia de su artimaña, Lázaro se nos muestra totalmente confiado; una seguridad cuya pertinencia a nivel fónico puede comprobarse teniendo en cuenta no sólo el gran número de sibilantes intervocálicas empleadas, sino también atendiendo a su variedad. Pero, como sabemos, el Ciego terminará venciendo a su rival y ello tanto en lo que concierne el hacer cuanto en el empleo de los fonemas sibilantes. Y triunfo que, más bien, parece irónica revancha, puesto que la diferencia numérica de las sibilantes utilizadas por cada antagonista es exactamente la inversa a la observada en el cómputo anterior:
 
 
Total
Sibilantes / Ciego
6 + 8 + 9
23
Sibilantes / Lázaro
14 + 7
21

Segunda constatación: Teniendo en cuenta el balance numérico, parcial o total, de los dos cuadros anteriores, sería demasiado fácil lanzarse a hacer interpretaciones –o extrapolaciones– relativas a esas dos categorías fundamentales del arte renacentista, a saber, simetría y equilibrio. Señalemos solamente que las dos son verificables, al menos, en dos aspectos:
a) En la relación cuantitativa total de las sibilantes intervocálicas.
Sibilantes / Ciego
17 + 23
40
Sibilantes / Lázaro
26 + 21
47
Diferencia
+ 9 – 2
7
 
b) En la relación numérica de dichas sibilantes, sordas o sonoras:
 
Sordas
Sonoras
Total
Ciego
21
13
34
Lázaro
24
20
44
Diferencia
3
7
 

¿Lo quiso así el anónimo autor del Lazarillo? ¿Fue un acto consciente? Nunca lo sabremos. Sea como fuere, los datos expuestos no dejan de ser sugerentes y quizás nos conduzcan a interrogarnos acerca de la finalidad oral de esta obrita. Porque, en efecto, ¿cómo imaginar un “destino oral” para el Lazarillo si, según lo expuesto, la sublimación de su estilo hay que situarla en la perspectiva global del arte de escribir en el Renacimiento? Porque, subrayémoslo una vez más: el estilo del Lazarillo nos revela a un autor dotado de una agudísima conciencia artística y cuyo objetivo estético aparece claramente confesado ya desde el “Prólogo” de su relato. No parece ocioso al respecto terminar recordando las tantas veces citadas palabras de Fray Luis de León tomadas de la “Dedicatoria” a su obra De los nombres de Cristo:
«Piensan que hablar romance es hablar como se habla en el vulgo, y no conocen que el bien hablar no es común, sino negocio de particular juicio, así en lo que se dice como en la manera como se dice. Y negocio que, de las palabras que todos hablan, elige las que le convienen, y mira el sonido de ellas, y aun cuenta a veces las letras, y las pesa y las mide y las compone, para que no solamente digan con claridad lo que se pretende decir, sino también con armonía y dulzura». (La negrita es mía).

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