¿Y si no se tiene alma?

22-01-2010.
Hay cosas que uno debe tomárselas con cierto humor, por lo que representan o son y por la trascendencia e influencia sobre las personas que sus significados han tenido. Algunas de ellas, los sempiternos amenazantes infierno y purgatorio, el nunca apreciado limbo y la indefinición material del bienaventurado goce celestial.
Tales regiones doctrinales que marcaban los destinos de los creyentes según sus acciones acá en la materialidad terrestre se habían ido conformando, definiendo y elaborando de acuerdo con las mentes de los que entendían que había que poner puertas al campo espiritual, con más o menos connotaciones materiales, para que fuesen entendidas y por ende temidas o deseadas por los rebaños que apacentaban los pastores. Todas las religiones llamadas “del libro” (y algunas otras) trataron de tener estos espacios de estación término para las almas. Básicamente un cielo y un infierno; o sea, el premio o el castigo obtenidos durante la existencia terrenal.

Como quedaban bastante difusas las características de estas dos regiones, primero fue su ubicación espacial, cielo arriba en las nubes inalcanzables e infierno abajo en las profundidades de las aterradoras simas terrestres. Pero había que concretar más, que con sólo esto… un poco lejana quedaba la cosa; así que el cielo quedaría como el goce supremo y el infierno el supremo dolor. Es muy sintomático que el primero, en el cristianismo, todavía esté algo desdibujado, sin datos concretos de obtención de felicidad, cuando en el islam nos lo pintan con pelos y señales inequívocas (y muy materiales); y, al contrario, sea el segundo muy bien definido por todos, con descripciones tremendas de las torturas que se recibirán y soportarán indefinidamente (y se ve que aquello del umbral del dolor ya no estará vigente en estos castigos físicos, pues no se dará tal fenómeno).
Conforme la doctrina se iba tornando más y más compleja, más complejos se volvían los premios y castigos, habiéndose judicializado la vida religiosa y perdido en rutinas y casuísticas teológico‑legales sin remedio. Durante siglos, se buscaron respuestas a la amplia gama que iba entre el mal absoluto y el bien absoluto; y esas respuestas necesitaban otras regiones donde purgar las penas más leves, las moratorias o los aplazamientos, así como poder tener acceso a los recursos espirituales, allegados mediante las oraciones, las limosnas y dotaciones, las bulas y demás inventos. Surgieron el limbo (lugar que en nuestra cotidianeidad hemos equiparado siempre a la estulticia) y el purgatorio. Los lugares donde se estableciesen estas nuevas oficinas ya estaban más que indeterminados, unos declarando que bajo las aguas, otros que en regiones más o menos estratosféricas, y así más.
Imagínense ustedes el sistema.
—Oiga, que yo he pecado un poquito y es que, además, pues me hubiese arrepentido de haberme dado lugar, oiga, pues que no puedo caer en el terrorífico infierno para siempre. Total, por unos pecadillos…
—Pues que no le abro la puerta celeste y que se me va usted al purgatorio, que lo van a achicharrar un poco para que aprenda y a ver si espabila y logra que sus deudos le recen o apoquinen las costas de los rezos de los especialistas, que para eso están, que son buenos procuradores que allegan los servicios de los abogados que se andan cerca del alto tribunal. Con suerte agarra usted una amnistía (o sea indulgencia plenaria) o reducción parcial de pena y en unos meses o algún año se nos viene derechito al cielo. Que no es para tanto, que la cosa nunca llegará a lo infinito, que eso sí que es malo.
Pues que así debió funcionar todo esto, pues tanto nos lo insistieron y tanto tinglado alrededor se formó con ello (ahora me acuerdo de las perdidas canciones de las almas, ymás tradiciones populares).
Ahora nos viene Benedicto XVI y nos deja pasmados (ya empezó el revisionismo el anterior Papa) y sin juicios espirituales que ganar ni perder y sin cárceles y demás conglomerados físicos donde colocarnos. Todo es cuestión de estados del alma, como ya intuíamos algunos. Pero me queda una acerva duda: «Y si no se tiene alma… ¿qué?».

Autor: Mariano Valcárcel González

Decir que entré en SAFA Úbeda a los 4 años y salí a los 19 ya es bastante. Que terminé Magisterio en el 70 me identifica con una promoción concreta, así como que pasé también por FP - delineación. Y luego de cabeza al trabajo del que me jubilé en el 2011. Maestro de escuela, sí.

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