La escuela de la ignorancia, 1

Tras la lectura del libro La escuela de la ignorancia y sus condiciones modernas de Jean-Claude Michéa (Editorial Acuarela Libros), he quedado verdaderamente impactado, por lo que me gustaría comentarlo‑resumirlo para general conocimiento… Aunque esté hecho en Francia y referente a la sociedad francesa, las similitudes con nuestro país y el mundo occidental, en general, hacen una fotografía anticipada, ya actual, de la sociedad en la que nos estamos desenvolviendo…

¡No me extraña que este libro esté descatalogado y que no se le dé la difusión que se merece…! Su detenida lectura me ha hecho ver muchas cosas que hoy en día tenemos en nuestra sociedad actual, mirando el envés de la realidad, visitando el sótano y entresuelo de esta sociedad capitalista y descerebrada en la que nos desenvolvemos, ya que lanza la idea de que las diferentes reformas educativas tienen un objetivo común: el constante declive de la inteligencia crítica y del sentido de la lengua para que formen individuos que de uno u otro modo entrarán a formar parte de la gran guerra económica mundial del siglo XXI (que, por cierto, estamos ya viviendo en el mundo occidental), como protagonistas principales del film, que fuerzas (no tan ocultas) nos hacen vivir de primera mano… Observamos cómo nuestra vieja Europa sigue, miméticamente, el declive educativo estadounidense; cómo sigue el resto de modos y costumbres, que importamos de una manera pasmosa, sin caer en la cuenta de lo positivo/negativo que ya hayan tenido, al ser experimentados anteriormente…
La educación en masa, que prometía democratizar la cultura, antes restringida a las clases privilegiadas, acabó por embrutecer a los propios privilegiados. La sociedad moderna, que ha logrado un nivel de educación formal sin precedentes, también ha dado lugar a nuevas formas de ignorancia. A la gente le es cada vez más difícil manejar su lengua con soltura y precisión, recordar los hechos fundamentales de la historia de su país, realizar deducciones lógicas o comprender textos escritos que no sean rudimentarios. Sólo entonces será posible calibrar hasta qué punto los actuales progresos de la ignorancia, lejos de ser una deplorable disfunción de nuestra sociedad, se han convertido en una condición necesaria para su propia expansión. Y ello, cuando todos los datos disponibles indican que, en los países industrializados, la juventud escolarizada es cada vez más permeable a los diferentes productos de superstición (de la antigua astrología a la moderna New Age); cuando la capacidad de resistencia intelectual frente a las manipulaciones mediáticas o al bombardeo publicitario disminuye alarmantemente; y cuando se ha enseñado ‑con eficacia admirable‑ una sólida indiferencia hacia la lectura de los textos críticos de la tradición.
La sistematización capitalista de las actividades mercantiles mediante un programa filosófico completo, asumida por un número creciente de agentes económicos y de dirigentes políticos, comienza en el siglo XVIII y se produce en Occidente, pues era quien poseía el ideal de las ciencias experimentales de la naturaleza, inventando la Economía Política, ciencia de la riqueza de las naciones.
Para ello, ha de haber o ser creado Un Mercado que no tenga trabas ni tiempos muertos en su funcionamiento, pensando en que el hombre siempre está impulsado por su interés bien entendido: que sea racional, es decir egoísta y calculador, libre de prejuicios supersticiosos o arcaísmos, para así poder alcanzar la Paz, la Prosperidad y la Felicidad.
La terrible originalidad del paradigma capitalista es que explota el interés egoísta del hombre, haciéndole tragar esta ingeniosa utopía (sabiendo de su imposibilidad antropológica), ya que un sistema cuyas condiciones ideales de funcionamiento se refieren exclusivamente, por definición, al interés bien entendido, está incapacitado constitutivamente para elaborar las significaciones nucleares que toda comunidad humana necesita para seguir existiendo.
La complejidad de nuestra sociedad moderna era precisamente esa contradicción permanente entre las reglas universales del sistema capitalista y el civismo propio de las diferentes sociedades en las que se ponía en práctica; era un mundo donde el modo de producción capitalista estaba muy lejos de reinar de forma absoluta. La escuela de entonces (La Escuela Republicana en Francia) limitaba o amortiguaba sus efectos más devastadores, pues era un lugar donde se ejercían formas de disciplina, vigilancia y control autoritario, sin duda incompatibles con la dignidad de los individuos modernos; pero, al mismo tiempo, se preocupaba de transmitir cierto número de saberes, virtudes y actitudes que, en sí mismos, eran independientes del orden capitalista. Este frágil compromiso histórico, en el que se basaban con mayor o menor fortuna, fue rompiéndose progresivamente a lo largo de los inolvidables años sesenta.
Es evidente que este momento histórico no representa una sociedad ideal; pero, de algún modo, sí una sociedad que tenía la capacidad de idealizarse, porque la libertad no había tenido todavía realmente la posibilidad de mostrar su lado negativo. De ahí que el arte popular de esta época siga ejerciendo sobre nosotros el eterno atractivo del momento que no volverá…
Gracias al Mayo del 68 francés se produce la Gran Revolución Cultural liberal‑libertaria, que provocó la deslegitimación total y absoluta de las múltiples figuras de la sociedad precapitalista. Al decretar, universalmente, su idéntico arcaísmo, se consiguieron las armas intelectuales necesarias para exigir inmediatamente su idéntica desaparición. Al aceptar, de forma piadosa, someterse a los mandamientos más sagrados de la Tablas de la Ley Moderna ‑prohibido prohibir‑, los jóvenes de las nuevas clases medias, que en su mayoría asumieron los papeles protagonistas, descubrirían, efectivamente, la libertad hecha a su medida que le permite romper con todas las obligaciones que impliquen la filiación, la pertenencia y, de forma general, una herencia lingüística, moral o cultural. ¡Es un sentimiento embriagador…!
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