Las décadas, 32

24-08-2010.
60/70, XI
José Lauro, el compañero del colegio de Úbeda, apenas hacía un año que estaba en Friburgo y ya era conocido en los seminarios y cursos de Filosofía por sus interesantes intervenciones, por sus perspicaces preguntas y por sus inteligentes respuestas, que denotaban una formación y una inteligencia bien superior a la media. Nada más llegar, Antonio Pacheco lo presentó a Chimo en la Facultad y éste le procuró un trabajo de lavaplatos los fines de semana en el restaurante Gambrinus. Poco después consiguió un trabajo como vigilante nocturno en un hotel. Al poco tiempo, José Lauro estaba ya integrado en el grupo de estudiantes hispánicos. A Chimo le volvía loco el rizado y rubio pelo de Lauro:

—Hijo mío, José, tienes un pelo precioso: está para besártelo.
Y José, retirando la cabeza y sonriendo, le respondía:
—Tranquilo, Chimo, tranquilo.
Una tarde, Antonio Pacheco invitó a José a tomar algo en la cafetería de la Facultad y allí estaba Conchi con su arrebatada corte de admiradores.
—Oye, Antonio, ¿no me presentas a tu amigo filósofo? —le preguntó Concepción, ojeando a José de la cabeza a los pies—.
Seguramente había sido Chimo quien había informado a Conchi de la llegada de aquel nuevo estudiante español, alto, delgado, rubio con el pelo rizado, de palabra fácil y rápida, que usaba gafas y que ya se había hecho una reputación entre los estudiantes de Filosofía.
Inmediatamente, Concepción Rull empezó a desplegar todos sus pretendidos encantos, empezando por pedirle a José con voz melosa que le encendiera el cigarrillo; mientras José rascaba la cerilla y se la acercaba encendida a Conchi, ésta lo miraba fijamente, le daba una pequeña chupada al cigarrillo y acto seguido expulsaba lentamente el humo, poniendo los rojos labios redonditos mientras que con la otra mano se atusaba su rubia cabellera.
Muy pronto, Concepción Rull vio en José Lauro al joven universitario y prometedor filósofo que había que añadir a su agenda. Con él podía entretenerse, divagando acerca del pensamiento de sus existencialistas preferidos. ¿Estaría Conchi reproduciendo en su imaginación la pareja Jean-Paul Sartre/Simone de Beauvoir? Sea como fuere, a partir de aquel día, Conchi se las arreglaba para que Chimo le trajera a José a la cafetería de la Facultad. Y, cuando así ocurría, Conchi se interesaba exclusivamente por José y sus estudios, haciendo caso omiso de los otros sorprendidos cortesanos.
—Si supierais lo interesante y trascendente que es el pensamiento de Teilhars de Chardin… La hipótesis que propone en su ensayo Le Phénomène humain supera la teoría de la evolución de Darwin, al tiempo que le confiere una perspectiva espiritualista, cristiana.
José Lauro acababa de salir de la clase de Filosofía que impartía, todos los viernes por la tarde, el padre dominico Phillips y, como ya empezaba a ser costumbre, Chimo se lo llevaba a la cafetería de la Facultad, en donde se daba cita el clan de Conchi. Inmediatamente, Conchi, tras besarle las mejillas, le preguntaba de qué se había tratado en clase y, entonces, José resumía con cierta actitud profesoral lo que acababa de oírle al prestigioso dominico:
—Está claro: sobre la cuestión general de que existe una evolución, desde Darwin, todos los investigadores están de acuerdo; ahora bien, lo que queda por saber es si esta evolución es fruto de una voluntad y, en consecuencia, si está orientada, dirigida hacia una finalidad. Es esa la propuesta e interrogación fundamental de Teilhars de Chardin.
Cuando José Lauro terminaba la frase, buscaba con entusiasmo en los ojos de su pequeño auditorio qué efecto les podía haber producido; decepcionado, comprobaba que, salvo Chimo, los otros estaban más interesados por observar a Conchi, la cual, como extasiada, envolvía al apasionado y joven filósofo en una dulzona mirada bovina. «Es el complemento que buscaba» se decía Conchi, mientras le pedía a Lauro que le aconsejara un buen libro en donde se resumiera cabalmente el pensamiento del jesuita paleontólogo.
Convencida de que José Lauro era el hombre de su vida, Conchi imaginó una forma de despedirse de su clan galante. Invitó a Ueli y a Josep «A pasar un fin de semana entre amigos» en un chalet de los Alpes friburgueses que ella misma había alquilado y pagado de su bolsillo. Naturalmente, también invitó a José Lauro y, para que este se sintiera cómodo, le dijo que también estarían Chimo y Antonio Pacheco.
—Vamos a enseñarles a esquiar a este par de andaluces —le decía Conchi a su amiga Ivette, una austriaca compañera de estudios—. Y, además, lo haremos las mujeres. Tú, Ivette, encárgate de Pacheco.
La invitación a la austriaca Ivette «Para que se encargara de Pacheco» fue una muestra más de la sagacidad de Conchi: ella podría dedicarle todo su tiempo a José, mientras que Yvette distraía a los otros y se ocupaba de la intendencia.
Cuando salían del chalé friburgués para esquiar, Concepción Rull le mostraba a José Lauro cómo debía inclinar la cintura y doblar las rodillas al iniciar la bajada de una pequeña pendiente. Para ello, Conchi se colocaba a la espalda de José y, abrazándolo, le susurraba al oído: «Así, así, muy bien, sin brusquedad, suavemente». Un pequeño y cándido tropiezo los tendía sobre la nieve y José Lauro la ayudaba, solícito, a levantarse. Los dos volvían los últimos al chalé, riendo a carcajadas y con los esquís al hombro. «Es el chico que necesito. No lo dejaré escapar», se decía Conchi mientras se sacudía la nieve y se desabrochaba las pesadas botas de esquiar.
A partir de aquel fin de semana no hubo más reuniones del clan galante de Conchi en la cafetería de la Facultad. José Lauro y Chimo se iban con ella a un pequeño tee-room de espaldas a la Facultad. A veces, Conchi los invitaba a comer en su piso. Un mes más tarde, al piso de Concepción sólo iba José Lauro. Ueli, el suizo‑alemán, estudiante de derecho, había congeniado con la austriaca Yvette, compañera de estudios de Concepción Rull, y Josep, el regordete y bonachón catalán, estudiante de periodismo, deambulaba solitario por los pasillos de la Facultad.
—Ya sabemos, José —replicó, con desgana, Antonio Pacheco—, que tú no tienes problemas de alojamiento. Ahora lo que debemos solucionar es el desalojo del piso para antes de que se acabe el mes. Es el plazo que nos da la Agencia Arrendataria.
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