25-08-2010.
Entendámonos sobre conceptos. En su sentido amplio, la palabra cultura recubre un conjunto de percepciones del mundo y, sobre todo, de pautas de comportamiento. Dicho de otra manera, un conjunto de modos de pensar, por un lado; y, por otro, de normas y respuestas comportamentales, slogans, contraseñas, proverbios, etc., que rigen las maneras de vivir del hombre, que por sí solo no puede, porque es imposible, juzgar sobre todo, decidir y actuar en un mundo tan complicado y azaroso. El individuo tiene que recibir forzosamente un enorme empréstito del entorno en que se desarrolla, justo para vivir su vida de todos los días. Tomando un atajo, diré que cultura, lato sensu, es trasmisión de una filosofía de vida. Filosofía implícita, por supuesto.
Y ahora, en sentido restringido, cultura de una época es su modo de lenguaje, es música, es arte, es saber literario. En fin, lo que siempre se ha entendido por cultura in recto.
Digo “siempre”, porque ahora la cultura se ha convertido en un ectoplasma, una doxa colectiva, un estado de opinión, una “sensibilidad”, como dirían algunos. Las fronteras de conceptos se difuminan hasta el punto de incluir, bajo el paraguas universal del término “cultura”, lo de siempre: más diversión, ecoturismo, el buenismo candoroso en política interna y externa, y los nuevos credos sedicentes democráticos, tal como son difundidos por esos eccemas culturales que son algunos medios de comunicación televisivos y radiofónicos. Lo cultural, en su versión de contrabando, se convierte en sociocultural.
A esta nueva forma de cultura, la llamaré “neocultura”, para entendernos. Manifestaciones chocantes de la neocultura son: la pandemia de los nuevos fervores deportivos diseminados en la población; la tontería intrascendente de muchos programas de televisión; y una banalidad sin límites que nos choca en el lenguaje, tanto en los medios como en la calle, en subasta permanente para ver quién es el más grosero. Ese será el más gracioso y el más listo. A la altura de los niños de seis años, jugando a mayores en el patio de la escuela.
Nuestra sociedad española de hoy está aquejada de males graves, muy graves, como el paro y una crisis endémica de la que vamos a tardar mucho tiempo en salir. Ahí está el centro verdadero de lo que debiera ser el debate social.
Como también nos afligen otras auténticas crisis en profundidad que socaban los valores radicales, pilares y fundamento de nuestra vida en común: la familia, los grupos sociales y el Estado. Pero no hay problema. Para curar nuestros males disponemos de un cataplasma universal que es la cultura, en su versión irrisoria de hoy, la neocultura.
LA CULTURA: PRETEXTO Y TERGIVERSACIÓN
«Pan y circo», decían los romanos. Hoy le basta al pueblo con cultura de circo. Y cultura de carnaval, como la de los días del orgullo gay, versión más amable ‑acomodada al aire del tiempo‑ de las grandes paradas militares de nazis y fascistas. Sin olvidar el montaje mediático de los fervores multitudinarios en honor de los héroes deportivos, otro opio del pueblo del que la política hizo uso en otros tiempos hoy denostados. Siempre con la misma idea de descerebrar a las masas.
Los hombres políticos están ahí para inventar sentido a las cosas. Y además no tienen más remedio que crear propaganda para vender ideas y comprar adhesiones y votos.
Lo grave es cuando hacen propaganda, alisando descaradamente los perfiles hirientes y dolorosos de la realidad. Aquí todo va bien y viva la fiesta, porque podemos pagárnosla.
En esa labor, los forjadores de las doxas colectivas se han apoderado del lenguaje a través de la prensa y las televisiones, artífices permanentes de la opinión pública. Se adultera el sentido de las palabras. Por ejemplo, de la palabra “democracia”, que es uno de los conceptos-claves explicativos de las sociedades occidentales contemporáneas.
Pues bien, ahí tenemos en la obra a los mercenarios de la ideología, redefiniendo lo que es democrático y lo que no lo es. Una apropiación vergonzosa. Por dar un ejemplo concreto: hay que ver con qué furor han tachado de antidemocráticos a quienes han querido debatir sobre la oportunidad de las mencionadas gays parades que, aparte de ser objeto de la carcajada universal, debieran ser un serio tema de debate. (Fíjense que, por si las moscas, me veo obligado a decir aquí, con toda sinceridad, que conozco y aprecio a gente espléndida entre los homos. ¡No quiero que se me tenga por políticamente incorrecto!).
La nueva cultura tiene su alto y bajo clero. Fervientes apóstoles que tergiversan todo, inventando falsos focos de interés para el pueblo y diseminándolos en el ambiente gracias a los todopoderosos instrumentos mediáticos. Espero no equivocarme demasiado al preguntarme: ¿Qué interés fundamental tiene hoy para ese pueblo, y menos aún para el 20% de parados, tanto arte contemporáneo, tantos museos de arte moderno, tantos óscares y goyas, tantos polideportivos en las aldeas, el almodovarismo y las penélopes, etc., etc.? Y ese aire de nuevos ricos parvenus que nos ha hecho creernos, tan espléndidamente dadivosos con la miserias lejanas, mientras los pobres se agolpan en nuestra casa, y mientras escondemos al público la propia miseria.
Pero ahí andan siempre alerta, como brazo armado de lo políticamente correcto, unas escuadras de seudointelectuales, unos mercenarios bien remunerados, al servicio de la opinión dominante. Que, por supuesto, con el humor y la irrisión se ceban sobre cualquier oponente a la doxa que manifieste su opinión desaprobatoria.
¿QUIERES EMPLEO? TOMA NEOCULTURA
Eso es política. Ante la inmensidad del desmoronamiento del empleo, se ve poca reforma estructural. Todo lo que se ha sabido hacer es crear batallones de agentes de desarrollo, de acompañantes sociales, de empleos ficticios de jóvenes para encuadrar minorías, etc., etc. Y el fútbol, que se convierte en la mayor preocupación de la población. La euforia ha sido tal, tras el triunfo en el Mundial, que hasta los viejos vuelven a recuperar su perdido vigor para hacer el amor. (Emotiva información que ha difundido el Canal Sur de Andalucía). Nota de estilo: digo «hacer el amor». ¡Qué cursileo! Hoy se habla más claro.
La oposición al gobierno no tiene contrapropuesta cultural que ofrecer como alternativa, una nueva filosofía para nuevos tiempos. Absolutamente nada de eso que hemos definido como cultura, ni en el sentido amplio, ni en el restringido. Es desolador. Son incapaces de ir más allá de unos planes económicos, cuya eficacia queda por probar, mientras que lo que hace falta es una refundación, un verdadero espíritu de “Restauración”. ¿Se acuerdan de la Historia? ¡Pobre e intelectualmente harapienta oposición!
Pero, de este auténtico estado terminal de nuestra democracia, entiendo que el mayor responsable es el partido en el poder, sea cual sea su sigla. Responsable por haber hecho de la cultura un instrumento de domesticación de las masas. La cultura debiera ser, a través del arte y de la música, de la bella escritura, del hondo pensamiento filosófico, un camino del hombre hacia el centro de sí mismo, para encontrar allí, en intimidad, las razones personales del pensar y del hacer y, simplemente, de vivir.
No es así. La cultura confiscada por la política se ha convertido en material de consumo. En aras de una globalización despersonalizante y, claro está, inmisericorde con el disidente.
Concluyo con un silogismo:
Si democracia es libertad de pensamiento y de expresión,
y si lo contrario de la democracia es el fascismo…
Díganme: ¿la neocultura en manos de la política, no sería puro fascismo?
y si lo contrario de la democracia es el fascismo…
Díganme: ¿la neocultura en manos de la política, no sería puro fascismo?
***
Nota bene. Estas líneas las he escrito en reacción indignada a ciertos mensajes subliminales de la película española “Yo también”, de Antonio Naharro. Sugiero la lectura del libro Après l’Histoire de Philippe Muray, Les Belles Lettres 2002.