Las décadas, 25

25-06-2010.
60/70, IV
Serían las cuatro y pico de la tarde de un sábado de agosto cuando el grupo de hispánicos, tres españoles y dos mexicanos, tomaban cerveza en el bar Plaza. Tras las obligadas presentaciones y de saber qué hacía cada cual en Friburgo, Javier le dijo a Lasa que conocía bastante bien su pueblo natal, Guetaria, por haber ido allá varias veces a veranear con sus padres cuando era adolescente.

Le comentó que se acordaba muy bien del Ratón, ese pequeño peñón que se encuentra a unos centenares de metros de la playa, que hasta allá iba con su padre remando en una barquichuela y que en los bares del puerto se comían excelentes parrilladas con chacolí.
Javier tenía la voz dulce, la mirada un tanto inocente y siempre acompañada de una amable sonrisa. No habían terminado aún la primera cerveza, cuando surgió el tema de ETA. Hacía justo dos meses que un inspector de policía de San Sebastián, llamado Melitón Manzanas, había sido muerto a tiros delante de su casa en Irún. Era conocido por las tremendas palizas y torturas que daba a los presos independentistas de ETA.
La noticia de que ETA había cometido su primer asesinato político había dado la vuelta al mundo. Javier le preguntó a Lasa qué pensaba del asunto y éste manifestó su desacuerdo con la organización paramilitar ETA.
—Porque —decía— un asesinato, por muy torturador que fuera Manzanas y por muy acto político‑militar o como quieran llamarlo, nunca dejará de ser un asesinato. La violencia sólo conduce a la violencia. Ya lo he dicho muchas veces, ellos lo saben y lo repito una vez más: es ridículo pensar que Euskadi está en guerra contra la España de Franco. Entre otras cosas, porque ETA no es toda Euskadi. Si una dictadura es una modalidad estatal indeseable, sólo una educación político‑social de los ciudadanos la hará inoperante y nos podrá conducir a lo que todos deseamos: a la democracia. Lo que en realidad quiere ETA y una parte del pueblo vasco es la independencia de Euskadi. A mí no me desagrada esta idea. Pero rechazo los medios violentos que se están utilizando. A ese asesinato, yo lo llamo ajuste de cuentas criminal; y no, combate o resistencia contra la dictadura. Si de verdad algunos jefes e ideólogos de ETA buscan la independencia del pueblo vasco, el caudal de simpatía que puedan tener ahora, porque afrontan y resisten al franquismo, lo malgastarán si siguen cometiendo actos criminales, sea de la naturaleza que sean.
Los dos seminaristas mexicanos, pelo fuertemente rizado y más negro que el carbón, parecían escuchar atentamente el discurso de Mikel Lasa (aunque cada vez que pasaba una chica rubia giraban con gesto diligente la cabeza y la seguían con su mirada brillante, protegida por unas cejas de charol) y, de vez en cuando, asentían, profiriendo con la boca un pequeño ruido y cerrando con suavidad sus gruesos párpados. Javier mostraba, en cambio, su interés, aportando datos que él creía desconocidos para Lasa, diciéndole, por ejemplo, que un compañero de seminario le había contado que, no hacía mucho, ETA había tenido una Asamblea General en la casa de Ejercicios Espirituales de su pueblo, Guetaria. Lasa manifestó estar muy al corriente del asunto e incluso añadió que en esa Asamblea hubo una acalorada disputa entre fundadores de ETA y un grupo de jóvenes exaltados.
—Precisamente —dijo, mirando a Javier—, en esa Asamblea a la que tú te refieres, que tuvo efectivamente lugar en Guetaria el año pasado, se produjo un verdadero rifirrafe ideológico entre quienes propugnaban por la acción guerrera, militar, como ocurre en Irlanda con el IRA, y quienes prefieren entretejer una infiltración paulatina, lenta pero sólida y segura, en las instancias políticas vascas. Ganaron la votación los primeros y algunos fundadores de ETA, como Txillardegui y Benito del Valle, abandonaron la organización. No sin antes advertir a los jóvenes que no cayeran en la romántica aventura de convertirse en una banda terrorista contra la dictadura porque, anticipándose, ya el gobierno de Franco había emitido una Ley contra el terrorismo para poderla aplicar a ETA.
Iba Javier a preguntarle si él mismo, Mikel Lasa, tenía algo que ver con ETA o con el PNV y por qué deseaba que Euskadi se independizara de España, cuando oyeron una voz femenina, algo nasal, que decía:
—Hola, buenas tardes: quisiera presentaros a mi paisano de Xativa —y recalcó la X—, Ramón Pelegero, más conocido por el nombre de Raimon.
Quien hablaba era Concepción Rull, una rubia valenciana que estudiaba Ciencias Económicas en la Universidad. Como uno tras otro estrechaban la mano del tal Raimon sin el menor atisbo de admiración o entusiasmo, Concepción, un tanto frustrada ‑él, Raimon, en cambio, los saludaba divertido‑, los increpó, al tiempo que se colocaba sobre el cráneo sus grandes gafas de sol, diciendo:
—Pero mirad que sois incultos… ¡Que os estoy presentando al cantautor más comprometido y aplaudido de España…! —Y, mirando a Lasa, continuó—. Este es mejor que vuestro Laboa.
Lasa sonrió, pero no respondió. En cambio, como si despertara de una modorra, los ojos de Javier se abrieron grandes y dijo con esa parsimonia que le caracterizaba:
—Joder, ¿pero tú eres Raimon, el que canta Al vent, la cara al vent y Diguem no…? ¡Hombre, pues, me alegro de conocerte! —le dijo, dándole una palmada en el hombro—.
Mikel Lasa propuso que se sentaran con ellos a tomar una cerveza pero Concepción Rull contestó que quería aprovechar la buena tarde que hacía para mostrarle a Raimon, «Porque mañana se va», la parte histórica de Friburgo:
—Bajaremos por la Rue de Lausanne hasta la Basseville, atravesaremos el Sarine por el puente de Saint Jean y, luego, subiremos hasta el Lorette para contemplar, desde allí, la vista más espectacular que hay de Friburgo. Y, luego, volveremos por el Pont Zäringen, para visitar la catedral. Tardaremos como un par de horas; si a la vuelta estáis todavía aquí…
Ante la negación de todos, Concepción añadió que «De todas maneras, vendremos a cenar esta noche aquí al Plaza; así que, si queréis que nos volvamos a ver…». Y, como excusándose, agregó: «Es que mañana Raimon canta en Lausanne, porque allí hay una importante asociación de catalanes, así que…»; y diciendo «Quizás, hasta luego», se dirigieron los dos hacia la Rue de Lausanne.
La imprevista visita de Concepción Rull y de Raimon rompió el hilo de la conversación sobre ETA, momento de silencio que los seminaristas mexicanos aprovecharon para preguntar quién era aquella chica rubia española, tan desenvuelta y que hablaba tan bien francés.
Les explicaron que, cuando Concepción hablaba en español, si debía pronunciar alguna palabra en francés, lo hacía con una naturalidad y perfección tales que cualquiera que la oyera pensaría que había nacido en cualquier barrio de Friburgo. Algunos ‑los compañeros universitarios‑ decían que Concepción exageraba al subrayar la nasalidad de las palabras; mientras que ellas, las compañeras, la disculpaban, explicando que esa fuerte nasalización era debida a su desmesurada y ladeada nariz, que tanto le afeaba su blanquecino rostro. Pero, unánimemente, tanto los unos como las otras pensaban que Concepción Rull era una chica inteligente, racionalista, pragmática, «Que iba a lo suyo», «Que le sacaba punta a todo», «Que más valía tenerla a favor que en contra», «Que, a pesar de proceder de una más alta que mediana burguesía valenciana, era una chica muy progresista, que leía a Simone de Bauvoir, a Camus y a Sartre, y que admiraba las canciones existencialistas de Barbara», además de otro largo etcétera de informaciones de carácter sentimental como, por ejemplo, «Que tenía su fiel corte de admiradores, a los que manejaba como si fueran gatitos», con lo cual, los seminaristas mexicanos quedaron, al parecer, satisfechos.
—Y que tiene perras —apuntilló Javier, frotándose el pulgar con el índice. Y, como dando por terminada la caracterización, añadió—. ¿No habéis visto el Volkswagen de color rosa que tiene?
—Pues yo creo que voy a venir a cenar, porque me gustaría charlar un rato con Raimon —dijo Mikel Lasa, apurando su vaso de cerveza—. Voy a ver qué piensa del asunto Lourdes y, si se anima ‑que se animará‑, nos venimos los dos. Pero —y dirigió su mirada hacia Antonio Pacheco—, he de buscar a alguien que se ocupe de nuestro chavea.
Viendo Javier que se dibujaba un mohín en la cara de Antonio Pacheco, significativo de que la propuesta de Lasa no le agradaba demasiado (porque a él también le gustaría ir, aunque sabía de antemano que, por cuestiones económicas, tomaría sólo cualquier cosa, en vez de cenar), pero que, por amistad, estaba dispuesto a aceptarla, Javier se adelantó a la respuesta y se ofreció para hacer de “chacha” si, claro está, su superior lo permitía.
—Pues no es mala idea —dijo Mikel Lasa; y, mirando a Antonio Pacheco, apuntilló—. Y a ti, Antonio, te invito a comer una pizza.
Tres horas después, estaban sentados en una mesa del Plaza, esperando a que llegaran Concepción Rull y su amigo Raimon.
***

Deja una respuesta