22-06-2010.
III. EL PENSAMIENTO DE QUEVEDO.
Tras el político, tras el literato, siempre hay una filosofía, siempre hay un pensamiento. Quevedo ha llegado hasta nosotros a través de los historiadores menores y mayores y, especialmente, por medio de su ingente obra. Analizándola, vemos una serie de rasgos que pueden proporcionar una auténtica unidad.
En el plano de las formas, la constante perfección en el manejo del idioma, la utilización de los recursos conceptistas, el obsesivo empleo de una serie de personajes tipo. En el plano del contenido, y es el que nos interesa ahora, es posible descubrir uno esencial en torno al cual se organizan los demás. Juan Manuel Rozas viene a decir que, a lo largo de su vida, Quevedo va buscando siempre al hombre, la esencia del hombre, y deja a un lado todo lo demás. Don Francisco se revela en sus obras como un auténtico teólogo, pero un teólogo seglar. Estas preocupaciones de índole teológica le envolvieron a lo largo de su vida y en ellas encontraremos la clave para definir el fondo unitario que, en cuanto a temas, tiene toda su creación literaria.
Puedo adelantar del pensamiento de Quevedo (y lo escribo con mayúsculas) que ESTUVO OBSESIONADO POR LA DIGNIDAD HUMANA. Estaba muy en desacuerdo con la sociedad que le rodeaba y puedo decir algunos aspectos muy concretos:
—por ser de virtud desaliñada;
—por carecer de una libertad valiente y oportuna;
—por usar y abusar del «ocio torpe» (sexo);
—por comprar honestidades con piedras preciosas y oros;
—por mendigar los dineros de la banca italiana para poder seguir ejerciendo de nobleza;
—por presumir de perfumes y alhajas;
—por despreciar el trabajo, basados en un falso concepto del honor.
—por carecer de una libertad valiente y oportuna;
—por usar y abusar del «ocio torpe» (sexo);
—por comprar honestidades con piedras preciosas y oros;
—por mendigar los dineros de la banca italiana para poder seguir ejerciendo de nobleza;
—por presumir de perfumes y alhajas;
—por despreciar el trabajo, basados en un falso concepto del honor.
Al llegar a este punto, quiero hacer una reflexión en voz alta junto a los jóvenes que escuchan. En vosotros late un espíritu muy sensibilizado ante todo lo que parezca o sea injusticia: amáis lo justo y a quien actúa justamente, y odiáis o menospreciáis a quien no busca o practica la justicia. Quevedo está en esa línea. Quevedo está en vuestra línea. Se rebela contra esas lacras sociales que hacen del hombre un ser despreciable y venal. Pero no voy a restringir el alcance de tal actitud. Pienso que las personas deben ser siempre justas, sean jóvenes o mayores. Ahí está el espíritu que se ha llamado de la juventud. Esas virtudes que anhelamos y respetamos: los jóvenes, diríamos que naturalmente; los mayores, tal vez razonadamente.
Quevedo está en esta línea, natural o razonada, de respeto y exigencia da la justicia. El hombre es el centro del mundo emanado de la divinidad y es el máximo acreedor y deudor de justicia. Por eso se rebela contra aquella sociedad en la que el mismo hombre había perdido la noción de su propia e insoslayable dignidad.
La actitud de Quevedo se manifestaba en una denuncia total. Pero, ¿daba alguna solución a esas lacras denunciadas? Alguna respuesta podremos dar en este sentido.
Unos críticos afirman que Quevedo era tan corrosivo, tan mordaz en sus críticas, tan áspero en sus dicterios, que todo lo aplanaba, que todo lo destruía, que todo lo dejaba lleno de odio e incapaz de producir una regeneración. Es decir, algunos críticos sostienen que Quevedo no daba solución: habría que hacer tabla rasa de aquella corrupta sociedad.
Otros señalan que Quevedo tenía un concepto medieval de la sociedad, y que la única solución sería volver la vista y asumir los valores éticos de la edad pasada, como medio de resolver los males de la presente. Esto es: para Quevedo la sociedad ideal sería la medieval. Según estos críticos, Quevedo era, por tanto, un reaccionario.
Existe una tercera crítica para intentar comprender la actitud de Quevedo. Sin descalificar a las precedentes, me gustaría apuntarme a este razonamiento elemental que no deja de tener visos de contundencia. ¿Por qué acepta el pueblo sencillo a Quevedo? ¿Por qué ha llegado Quevedo hasta nosotros ‑es verdad que muy rebajado en su categoría literaria‑ a través de sus obras menores o asuntos falsamente atribuidos, en forma de cuentos, anécdotas y chascarrillos? ¿Por qué se le han atribuido hechos, frases y hazañas, como si de un personaje mítico se tratara?
Es verdad que Quevedo dio muestras sublimes de ser hombre íntegro. El pueblo entendió que en sus palabras y en sus hechos había consecuencia, había ejemplo, había moralidad. Posiblemente entendió que lo que aquel noble defendía eran unos valores que estaban por encima de los tiempos y de las edades, a los que nunca se debe renunciar. Por eso, podríamos afirmar que el pueblo no veía en Quevedo a un reaccionario, ni siquiera a un demoledor gratuito de las personas y de las costumbres, sino a un noble que se atrevía a criticar severamente a los nobles que dirigían, entorpecían y arruinaban a la nación con un grave quebranto moral propio y de la sociedad. El pueblo vio en Quevedo una voz que clamaba amargamente en el desierto; un adalid de la sensatez incomprendida; un hombre, en definitiva, que merecía la pena.
Pero podemos acercarnos más al personaje y escudriñar, por unos momentos, en las interioridades de su pensamiento.