Evangelio de la Séptima Semana después de Pascua. (San Juan: 17; 11-19)

23-06-2010.
El Dios personal ¿es una invención valetudinaria? ¿Es un residuo mitológico? La pregunta no es inútil. Sin formularla crudamente de esa manera, hay infinitos hombres ‑más o menos intelectuales, ateos más o menos‑ que la expresan embozada en eufemismos. Pero las preguntas deben esgrimirse desnudas, fuera de su vaina. Y así es como hay posibilidad de contestarlas.

Lo cierto es que muchas personas no se atreven a declararse ateas. No es de buen gusto todavía. Pero, en cambio, va resultando muy del día, pronunciarse acerca del tema de Dios de una manera equívoca. Entonces, se acepta a Dios entre la niebla, sin un perfil, sin una figura, sin un dibujo que nos ayude a entenderle. Y se dice: «Dios está en el fondo de todas las cosas» (¿Cuál es el fondo de las cosas?). O panteísticamente, se declara que «Dios es el alma del Universo». (Pero, ¿qué es el Universo, y qué es el alma del Universo?). Él queda demasiado envuelto en la niebla –repito‑ y así la cuestión se resuelve sin comprometerse a nada. Y se puede decir «Soy creyente» y luego objetar que las religiones positivas han monopolizado a Dios y que Dios no es eso. Porque Dios ‑lejano como ellos lo presentan, impersonal como ellos lo desean, difuso como ellos lo preconizan‑ no estorba. Lo que estorba es la religión: esto es, la doctrina y los mandamientos.
Bien; por lo menos, los cristianos tenemos en el texto de San Juan, que se lee en la séptima dominica de Pascua, un informe sobre Dios. ¿Creemos en Cristo? ¿Creemos en el Evangelio? Entonces, nos vemos precisados a seguir adelante y tener en cuenta ‑muy en cuenta‑ las palabras de Jesús mismo, según su testigo directo.
«Yo ya no permanezco más en el mundo; pero estos quedan en el mundo, mientras que yo voy a ti». La discriminación Dios/Mundo no puede ser más taxativa en la Oración Sacerdotal de Cristo. Dios no es el mundo, ni el alma del mundo. Dios vino al mundo, pero es otra su esfera. Dios creó el Universo, pero su Verdad se cierne sobre el Universo. Luego, después de declarar al Padre, en la misma oración sacerdotal, que Él ha conservado en medio del mundo a los discípulos sin que perezcan como “hijos de perdición”; después de añadir que así se cumplen las Escrituras, e insistir en que Él vuelve al Padre, exclama: «Yo les he transmitido tu palabra y el mundo los ha odiado, porque no son del Mundo, lo mismo que yo no soy del Mundo». ¡Qué quiere decir Cristo cuando dice que Él no es del Mundo? Por lo pronto, aduce una afirmación de su Divinidad, ajena y anterior al Universo creado.No es malo, no, el Universo creado, como obra suya que es. Pero el mundo viciado por el pecado no es perfecto como Él. Y los discípulos, para conservarse, tienen que adoptar una terapéutica, una actitud de defensa y ataque si quieren preservarse del mal. «No pido que los saques del mundo, sino que los preserves del mal». Porque el mundo no es el mal, pero el mal está en el mundo. Por eso termina: «Conságralos en la Verdad». Ya que en la Tierra está fragmentada, borrada, desdibujada, incompleta. La Verdad es algo superior a las verdades. El mundo tiene verdades y no Verdad. La Verdad es su palabra: «Tu palabra es Verdad. Así como Tú me has enviado al Mundo, del mismo modo los he enviado yo al Mundo».
Varias cosas claras, pues. Puestos a creer en el testimonio de Cristo, tenemos necesariamente que admitir varios supuestos sin equívoco:
Primero:
Él no es el mundo. Él viene y va al Padre. Dios es “otro”; no podemos confundirlo con la creación, por muy en el fondo de la creación que lo pongamos. Cualquier recurso panteístico, aunque adopte otro nombre, aunque se impregne de teologías, no es teológico. Cualquier apelación a un Dios sin figura, tornasolado, errátil, fundido o confundido con el mundo, con la creación, no es cristiana, no se conforma al testimonio divino. Y el testimonio de Cristo no es una opinión de las que pueden discutirse. Al menos un cristiano no puede ponerlo en duda.
Segundo:
Dios vino al mundo para preservar al hombre del mal, para redimirle, para liberarle de cuanto aquí hay de pecado y mal. El objetivo de la Encarnación es la Redención. Esto estuvo claro siempre; pero hay quien insinúa teorías y “problemáticas” tibias y turbias (hay que volver a aclararlo).
Tercero:
Es necesario para el cristiano consagrarse en la Verdad. Precisamos de una integridad de doctrina y de conducta. Todo aggiornamiento ‑si es de buena ley‑ tiene como propósito enriquecer la Verdad, no derramar la Verdad. El cristiano obedece a una doctrina, a unos dogmas que debe acercar al mundo, con los que debe intentar convertir al mundo Y nada tan opuesto a ello como dejar penetrar, en disparatada ósmosis, dentro de la propia fe, las heterodoxias ajenas. Bien entendido que adaptarse a nuestro tiempo es usar de los procedimientos actuales ‑e incluso de los instrumentos culturales presentes‑; pero para mejorar nuestra fe, no para disolverla. El buen operador científico sabe que cualquier reacción en Física o en Química es posible y deseable. Para ello, acerca, aggiorna, manipula, provoca síntesis mecánicas u orgánicas entre los distintos cuerpos o elementos. Ahora bien; siempre estas reacciones tienen sus leyes que hay que conocer previamente. Y siempre estas operaciones demandan una prudencia, una cautela, una previsión. Así, la doctrina cristiana puede acercarse a nuestro tiempo y provocar en él infinitas síntesis y reacciones formidables. Nuestra situación puede ser como la de todos los tiempos. Sin embargo, hay que operar con sabiduría y discreción. ¿Por qué la gente se precipita? La gente está asustada; dice: «Nuestra época desacralizada reclama una desacralización religiosa y así la Religión será aceptada». ¡Cuidado! Siempre el mundo fue mundo; es decir, siempre estuvo desacralizado. Pero nunca hasta ahora se intenta desacralizar la religión. Es paradójico; es desesperada medida en todo caso, de quien ve que su fe flaquea…
JP.

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