No me lo toméis a mal

18-06-2010.
La primera “chinita” de la Historia nació en el Paraíso. Una mañana, Eva, con un sugerente contoneo, se dirigió a nuestro padre Adán, con una manzana en la mano. Este, mirándola, de arriba abajo, con una sonrisa pícara y burlona le contestó:

–No me lo tomes a mal, Eva de mi alma, pero a mí lo que me gustan de verdad son las peras…

Ella, visiblemente turbada por la respuesta, se echó a reír. Y, poco después, comenzaron los preámbulos de lo que, con el tiempo, llegaría a ser una gran familia. La nuestra.
Desde entonces, las “chinitas” bullen en la cabeza de la gente con buen corazón, imaginación y algo de mala baba. Pones la radio, abres el periódico, sales a la calle y allí las tienes, asaltándote, peleando por llamar tu atención, siempre desenfadadas, con su sonrisa frívola y burlona. Las hay de todos los pelajes, de todas las divisas, de todas las ganaderías. Tiernas, inocentes, angelicales y traviesas que surgen del error y de la ingenuidad. Esbeltas y granadas, de buena planta, que se ríen de los hombres de negocios y de los que ostentan cargos oficiales. Y las hay cazadoras y veteranas, de pico recortado como las escopetas de los maleantes, que se atreven con cualquiera sin perder su orgullo y su altivez. Son las “chinitas” políticas.
El genio de las “chinitas” políticas fue Alfonso Guerra, seguramente porque de joven leía a Lope de Vega y a don Miguel de Cervantes. Don Alfonso era un diablillo culto, burlesco e imaginativo que a todo le sacaba punta. Una entrevista suya en televisión era más divertida que el programa de las “Croquetas” de Martes y Trece. En una ocasión, le preguntaron cómo definiría a los afiliados de Alianza Popular y contestó:
–Mire usté: los de AliansaPopulá, son de AliansaPopulá, porque no pueden ser de otra cosa.
Y se quedó tan ancho. A don Adolfo Suárez, presidente del Gobierno, le llamaba «tahúr del Mississippi». Decía, que doña Soledad Becerril parecía Carlos II, el Hechizado, disfrazado de Mariquita Pérez; y que Margaret Thatcher, en vez de desodorante se debería poner “Tres en uno”. Y las feministas, tan sensibles hoy, le reían las gracias. De Rodríguez Zapatero llegó a decir:
–¡Cuidado con el Bambi!
¡Vaya ojo! Y tanto los de izquierdas, como los de derechas, se desternillaban con él.
En nuestra literatura, salvo mejor opinión, don Francisco de Quevedo y Villegas, por su extraordinario coraje y su excepcional amor a España y a la verdad, fue el Fernando Alonso de la sátira política. El 7 de diciembre de 1639 le detuvieron y encarcelaron, supuestamente, por haber dejado bajo la servilleta, nada menos que de Felipe IV, unas “chinitas” que, al parecer, enojaron al monarca. Empezaban así:
Católica, sacra y real majestad,
que Dios en la tierra os hizo deidad:
un anciano pobre, sencillo y honrado,
humilde os invoca y os habla postrado.
Pero a continuación, empezó a quejarse, directamente de los impuestos:
A cien reyes juntos, nunca ha tributado
España las sumas que a vuestro reinado.
Sigue criticando el dolor, el hambre y la falta de medios de los funcionarios.
El honrado, pobre y buen caballero,
si enferma, no alcanza a pan y carnero.
Perdieron su esfuerzo pechos españoles
porque se alimentan de tronchos de coles.
Lamenta la carestía, el silencio y desesperación de las clases humildes de la época.
Familias sin pan y viudas sin tocas
esperan hambrientas, y mudas sus bocas.
Ved que los pobretes, solos y escondidos,
callando os invocan con mil alaridos.
¿Y no dice nada sobre los derroches de los políticos?
Un ministro, en paz, se come de gajes
más que, en guerra, pueden gastar mil linajes.
¿Y de los enchufados?
Los que tienen puesto, lo caro encarecen;
y los otros plañen, revientan, perecen.
¿Y no se queja de los gastos innecesarios? ¿No reclama austeridad? Pues sí; y además se queja amargamente de que siempre pagan los mismos.
Pero, ya que hay gastos en Italia y Flandes,
cesen los de casa, superfluos y grandes.
Y no, con la sangre de mí y de mis hijos,
abunden estanques para regocijos.
¿Y no se rebela ante las mentiras de la clase política y de los periodistas que engañan al pueblo, diciéndole que vive en el mejor de los mundos, para seguir cómodamente en la poltrona? Pues, sí señor. Pasen, pasen y vean lo que dice de las “plumas compradas”.
Contra lo que vemos, quieren proponernos
que son paraísos los mismos infiernos.
Las plumas compradas, a Dios jurarán
que el palo es regalo y las piedras, pan.
Finaliza su Memorial con humildad. ¿Quizás con miedo? Le duele el alma pensando en España. Por eso no puede atender a razones. Es un perfecto caballero: amable con el débil, pero implacable con el vanidoso.
Si en algo he excedido, merezco perdones.
¡Dolor tan del alma no afecta razones!
Esa ternura para millones de españoles le va a costar ‑sin juicio previo‑ la cárcel primero y la vida después. Ya lo sabe, cuando escribe, desde la cárcel, al presidente de Castilla: He visto a muchos condenados a muerte: pero a ninguno condenado a que se muera.
No me gusta la política. Lo he confesado muchas veces, sin éxito al parecer.
–La política le gusta a los que dogmatizan con las consignas impuestas por los partidos que nos dividen… miserablemente –decía Larra–.
La política le gusta al que está al día de lo que se cuece en el Estado; a los que se reúnen en restaurantes de lujo con alcaldes y concejales para comer a costa del sufrido contribuyente y adjudicarse, de paso, gangas y prebendas. A mí sólo me gusta escribir inocentes ocurrencias, alusiones irónicas, referencias satíricas sobre el tiempo que nos toca vivir o los personajes que se enquistan en cargos políticos, muy lucrativo en demasiados casos. Me divierto escribiendo estas cosas y creo sinceramente que si estas líneas, tan mal escritas, llegaran a algún político de importancia en alguna ocasión, se reiría y me animaría a seguir, con estas palabras más o menos:
–No te preocupes. Los tiempos de Quevedo ya pasaron afortunadamente.
 

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